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Inicio / Cuenteros Locales / vmc_icon / Del Destino y los Frutos de la Casualidad

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A veces, cuando la noche se presta a su observación, todo adquiere un carácter distinto, envolvente, que absorbe por completo cada uno de mis cinco sentidos e incluso, en ocasiones, ese sexto sentido que todos tenemos y del que tiramos en los momentos decisivos ante la toma de cualquier decisión importante. Esta noche las estrellas parecen brillar más que nunca, la Luna se divierte al amparo de todas ellas y, recostado en la arena, alzo la vista sorprendido una vez más de la inmensidad de ese espacio desconocido. Respiro profundamente y me lleno del olor salino y húmedo del mar. Que sensación más placentera...

No todo el mundo puede disfrutar de esto, pienso. Y me siento feliz de poder tocar, ver, oler, gustar y oír. Mis dedos se hunden en la humedad movediza de la arena y agarran con dulzura esos micro gránulos, dejando que luego se escurran lentamente y vuelvan a su lugar de forma alterada. Cierro los ojos y aspiro con fuerza, ese olor a sal, a mar... mientras mis oídos captan la exquisita música de las olas estrellando su liquidez contra los rompientes y fundiéndose en la orilla en un susurro tranquilizador. Abro los ojos y las estrellas siguen allí. De vez en cuando pasa cruzando la oscuridad lejana una lucecita que parpadea, un avión. Entonces pienso en lo sorprendente que es este mundo, la cantidad de retos que ha superado el hombre y los que aún quedando por superar se niegan por hacer realidad. Pero es increíble como un objeto de tales dimensiones puede surcar los cielos. Llegaremos a más, siempre lo hacemos. Y lo que hoy nos parece prodigioso, mañana nos parecerá un hecho cotidiano y sin importancia. Igual que hace unos años era impensable siquiera disfrutar de la comunicación al nivel que hoy la conocemos: Internet, la telefonía móvil, los ordenadores portátiles, el dvd, la televisión en color, la radio incorporada en el coche... y así muchísimas cosas que hoy son normales a nuestros ojos y antaño no eran ni imaginadas.

Decido ponerme en pie, dejar de pensar en todo y caminar descalzo tranquilamente, sin prisa y sin agobios. Desconecto de la vida, de los problemas, del trabajo, de todo... entonces me viene a la mente una curiosa historia que viví de cerca hace unos meses, el destino, la casualidad o como queramos llamarlo fue la protagonista y, de igual manera, adquirió una importante relevancia, un carácter portentoso.

Amador, amigo mío desde la adolescencia tardía, compañero de borracheras y amante de la juerga como el que más, se disponía a localizar a todo el grupo para hacer una de esas escapadas salvajes, consumir la noche y destrozar la energía contenida durante toda la semana. Sábado. Día por excelencia de la fiesta nocturna. Hacía ya muchísimo tiempo que el espíritu general del grupo había huido del compromiso hacia el sexo femenino. Tenían asumida cómodamente la idea de una soltería larga, eterna, sin tener que prestarse a explicaciones y disfrutar del sexo sin ataduras, sin explicaciones, placer sin más. Amador era consciente de aquello, e igualmente unido a esas ideas. Nunca había conocido a nadie que le hubiese llamado tanto la atención como para crear una relación de confianza, amor y mil razones más de las que se dan en las parejas. Tal vez, en un par de ocasiones tuvo delante a esa persona que siempre soñó en su aún esperanzada vida, pero siempre había excusas. Siempre las hay. O ya estaba comprometida, o las apariencias le engañaron, o él no era el tipo de hombre adecuado... el caso es que nunca probó la aventura del amor y nunca saboreó desde el interior los sufrimientos y satisfacciones de una relación.

En el grupo eran cinco. Dos de ellos estuvieron bastante tiempo con alguna chica, Luis, el más joven, incluso estuvo comprometido con una chica con la que llevaba saliendo más de cuatro años. Al final se unieron al grupo, a su filosofía y con la esperanza de no compartir su vida con una chica por más de una noche o un fin de semana. No obstante, ninguno de ellos descartaba la posibilidad de caer rendidos a los pies de una fémina, pero no eran chicos fáciles y lo ponían muy difícil, tenían un listón bastante alto.

Amador consiguió localizarlos a todos, esa noche iba a ser bestial, como casi todas las noches que salían a reventar. Hoy, verano ardiente, la noche iba a proporcionarles un extenso abanico de calientes mujeres turistas y con ganas de marcha, ansiosas por que un muchacho con buen porte les sedujese y llevara a un lugar apartado de la playa para juguetear bajo su escasa ropa a la luz de las estrellas. Ellos eran esos muchachos. Miguel, Ángel, José, Luis y Amador, los cinco seductores. Todos tenían dinero para gastar, tiempo para disfrutarlo y la miel necesaria para atraer a las más delicadas y exquisitas abejas del panal.

Reunidos en los preliminares de la borrachera, sentados a una mesa del primer pub que solían frecuentar, estaban los cinco, acicalados y repeinados, bebiendo sus primeras copas, hablando de sus vidas y preparando el terreno para esa noche. Aquello era como un ritual. Tenían que actuar con agilidad, la noche era corta, siempre se hacía escasa. Y a todos les gustaba adquirir ejemplares frescos de primera hora nocturna, no esos que quedan como sobras en los afterhours y no destacan por su variedad y exquisitez precisamente.

Una noche más todo iba sobre ruedas, Ángel le había echado el ojo a un grupito bastante bien formado. Ya había realizado contacto visual muy satisfactoriamente y se lanzó con una sonrisa y una copa en la mano. Desde nuestro corro se veía como hacía diana y conseguía caer en gracia al grupito de chicas. Al instante nos llamó con un gesto y nos acercamos seguros de que aquel era el pastel para esa noche. En ese preciso instante, Amador se dio cuenta de que ya estaba harto de todo aquello, de lo frío y matemático que resultaba todo. Sus ojos estaban perdidos en el pensamiento... poco a poco fue dejando que se perdiese su cuerpo también y desapareció entre la gente sin mediar palabra alguna. Acabó sentado nuevamente a orillas del mar. Con una cerveza en la mano, un porro que acababa de liarse y la Luna como eterna compañera. Su abstracción no le dejó percibir que junto a él se había sentado una chica. Fue ella quien llamó su atención.

- ¿Tienes fuego? – Amador frunció el ceño y se volvió a su derecha, como si no hubiese entendido la pregunta, ¿quién era aquella chica?
- Oye, ¿tienes fuego? – Volvió a preguntar. Esta vez con mejor resultado.
- Sí, sí... perdona... – Amador estaba absorto, aquella chica era guapísima... sacó el encendedor y prendió la llama al cigarro que sostenía graciosamente entre sus labios carnosos, rojo fuego y pasión...
- Gracias... oye, ¿tu no estabas ahí dentro? – señaló el pub del que había salido Amador.
- Sí... ¿te conozco de algo...? – Amador sorprendido no tuvo otra pregunta que creyera más acertada.
- No, no creo... es que te he visto salir y ahora te veo aquí, no sé... no pude evitar la tentación de sentarme a tu lado y contemplar esta maravilla... – sonrío ampliamente y un destello se expandió en el interior de Amador.

Así, empezaron a hablar y a hablar, sin apenas darse cuenta de que la noche se consumía y el amanecer amenazaba con llegar. Lo que empezó como un curioso flirteo, acabó resultando algo de lo más mágico. Alma, la chica, estaba tan entusiasmada como Amador y cada gesto, cada palabra que intercambiaron aquella noche se quedaron grabados para siempre, no sólo en su recuerdo sino también en sus corazones. A lo largo de la conversación Amador recordó que hacía más de veinte años, cuando él todavía era un niño y se avecinaba la pubertad, quizá llegó a estar enamorado, hasta ese momento nunca lo había tenido tan claro, porque la chica con la que ahora estaba sentado hablando, era el Alma que siempre soñó tener a su lado y que un día de niño perdió. Amador nunca reveló que conocía a aquella chica y que siempre estuvo enamorado de ella. El destino quiso disponerla a su vera, era el momento de amar aquello que sin saberlo siempre había amado. Aquella noche, sus amigos tuvieron rollo con aquellas chicas de las que hoy ni siquiera recuerdan el nombre, pero Amador encontró a la mujer de su vida, le sorprendió el amor y hasta hoy no se ha separado de ese dulce sentimiento. Amador y Alma son felices, y les rodea una amplia juventud que son la alegría de ambos. Ángel, Luis, Miguel y José, los padrinos de boda y cada uno de los niños no discutieron que Amador abandonara el grupo y se alegraron mucho de ver que al menos uno de ellos había encontrado la felicidad continua. Ellos seguirían buscando ratos de felicidad cada noche, en cada bar, en cada chica, en cada copa...

Extraído del libro "Cuentos del Ente Onírico" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 06-08-2006, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


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