Fue el primero de su especie, nada tenía nombreen ese instante, ni siquiera el hecho de aspirar esa cosa dulzona que miles de años más tarde, otros seres mucho más evolucionados que él, le llamarían aire. Tampoco tenían nombre esos desgarros interiores que culminaban en cataratas de agua que caían de la claridad que todo lo circundaba mientras algo gutural se escapaba de esa caverna suya, la que contenía un gusano rosado que él apretaba con hambre, con angustia, con sed, hasta que le logaba arrancar sangre. Todo era lo que era, fenómeno y naturaleza, prístina concatenación de situaciones inexploradas. Quiso alcanzar el punto en donde un ascua luminosa parecía querer incendiar la lontananza. Sólo lo pensó y su par de columnas se movieron erráticas hacia el punto aquel y entonces ya no fue una mole más sino un ser que caminaba y trataba de tocar con esos gusanos que se movían en la base de sus columnas superiores.

Eso que intentaba hacer el primer hombre, después los siguientes seres llamarían aspiración, pero en ese momento era el caminar algo encorvado de un individuo que ni siquiera sabía quien era ni con que se iba a encontrar.

Muchos años después, el primer hombre pasó a ser sólo un punto más entre muchos miles de individuos y fueron ellos quienes le bautizaron y lo identificaron. El problema fue que ninguno de ellos sabía quien era cada uno y para donde se dirigían sus erráticos pasos…