En una noche fría, cubierta por el manto de la neblina. Un hombre en vuelto en una gruesa capa, cruza las calles solitarias. Guiado por la lúgubre luz de los faroles que como fuegos fatuos flotan en la lejanía, rodeados por la niebla. Solo el eco de sus pasos acompaña al caminante hacia su destino, una vieja casona abandonada perteneciente a una familia hacia tiempo caída en desgracia.
En la puerta, lo esperaba iluminado por la luz de una antorcha, santiago de vega capitán de la guardia del virrey de la nueva España, vestido con un manto oscuro para protegerse del frió, lo recibió con estas palabras:
Llegas tarde Navarra. ¿Acaso has cambiado de parecer respecto de esta situación?
En respuesta solo movió la cabeza de lado a lado.
Que así se entonces –dijo santiago-. Pasa que ya te esperan el conde y laertes.
Con el sonido chirriante de las puertas, entraron a la vieja casona donde ahora solo las ratas y de mas alimañas vivían. La antorcha derramaba luz sobre las derruidas paredes.
Los dos hombres continuaron su camino por el corredor, sin prestar atención a la tristemente lúgubre decoración, hasta alcanzar una puerta en la cual, santiago toco tres veces antes de abrirla. En el interior, sentado alrededor de una mesa con un candelabro con tres velas y una botella de vino, dos hombres vestidos elegantemente con ropas de color rojo y sombreros de ala ancha con plumas bebían con calma el contenido de unas tazas.
Al ver entrar a los dos compañeros uno de los hombres sentados a la mesa comento de manera maliciosa.
Ya era hora de que llegaras Navarra, comenzaba a creer que habías escapado como un cobarde.
¡Conde de salamanca! -grito Navarra irritado por el cometario - ¡No perdería la oportunidad de mandarle al infierno por nada del mundo!
¡Vasta de insultos vanos! –Dijo santiago interponiéndose entre los dos hombres-. Venimos a ponerle fin a esta rencilla no a agravarla más.
¡Tienes razón! –Dijo laertes tomando ahora la palabra- Venimos a ponerle fin. Todo esta listo, cuando ustedes lo deseen podemos empezar.
Navarra asintió con la cabeza dando su aprobación mientras que santiago se dirigió hacia la mesa, tomo el vino y sirviendo un poco en un vaso se lo ofreció a Navarra el cual tomo el contenido de un trago.
Es hora de que empecemos -Dijo el conde- ¿No te párese Navarra?
Tienes razón – contesto Navarra-. Esto ya ha tardado demasiado.
Al oír estas palabras santiago toma el candelabro y sale por el pasillo seguido por los demás.
Santiago los guía a través de varios pasillos, llenos polvo y telarañas sin decir una palabra. Solo el sonido de sus pisadas sobre la madera carcomida los acompaña hasta unas escaleras, al final de estas, se encontraba la entrada del sótano en el cual se decidiría la disputa de estos dos hombres.
Con la ayuda de la flama de las velas santiago encendió cuatro antorchas colocadas en las columnas que sostienen el techo del recinto. Las sombras forman un círculo en el límite de la luz y en el centro, Navarra y el conde desenvainan sus armas las cuales resplandecen a la luz del fuego.
El primero en acometer es el conde, lanzando rápidas estocadas al cuerpo de Navarra el cual con gran destreza logra evadir para después, regresar el ataque con gran ferocidad con lo cual logran que el conde retroceda.
Sin perder tiempo, Navarra continúa su envestida persiguiendo al conde con una variedad de golpes diferentes de los cuales, el conde logra salvarse sin recibir daño alguno. Navarra al ver la habilidad de su oponente detiene su ataque para recuperar el aliento y pensar en una mejor estrategia. Pero el conde no pierde un instante y aunque cansado, continúa el ataque, los dos combatientes continúan lanzando golpe tras golpe hasta que en un lance acertado del conde logra herir el brazo derecho de Navarra, pero este logra con un rápido ataque a la cabeza hacerlo retroceder, un que sin daño alguno. Este se sitúa en el límite de la luz de las antorchas mientras recupera el aliento.
Los segundos pasaban como horas. La sangre de la hedida de su brazo comenzaba a empapar la empuñadura de su espada. Frente a el su adversario permanecía inmóvil con la espada en alto. Mientras lo observaba su cabeza comenzó a darle vueltas a causa de la perdida de sangre y el cansancio pero aun así conservo la vista en su objetivo.
De pronto su enemigo lanzo un terrible ataque que hizo silbar el aire sobre su cabeza, pero la gran habilidad de Navarra desvía el golpe que fue a estrellarse contra el suelo entre chispas y trozos del piso. Aprovechando el fallo Navarra lazo una estocada al vientre del conde el cual por un deseo de los dioses solo es herido superficialmente.
Cansados los dos combatientes se separan. Pero rápidamente continúan el combate. Con una velocidad casi sobre natural Navarra arremete contra el conde el cual es hedido en una pierna mientras desviaba el ataque, lo que le causa un terrible dolor.
Con un rápido movimiento de su muñeca Navarra logra hundir su espada en el pecho del conde, atravesándole el corazón de lado a lado. La roja sangre brota de la herida cuando Navarra extrae la hoja del cuerpo sin vida del conde, el cual yace tendido en el suelo a sus pies.
La habitación queda en silencio, solo el chisporrotear de las antorchas acompañado de la respiración cada ves mas calmada de Navarra.
Después de atender sus heridas, santiago y laertes arrastraron el cuerpo hasta una de las esquinas donde anteriormente habían cavado un pozo en donde colocaron el cadáver e iniciaron con el penoso entierro. Una vez acabado y después de unas cuantas oraciones para el adversario caído, salieron de la casa cubiertos por la niebla y amparado por la oscuridad de la noche.
Días después se corrió la voz que el desaparecido conde de salamanca había muerto en un duelo con uno de los capitanes de la guardia del virrey, por el corazón de una doncella cuyo nombre jamás se conoció.
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