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Los motivos de Ulises
Simón Bertrand

Hará unos 170 años, un hombre llamado Henry Beyle, halló en un lugar remoto de la China, una tumba antigua e impoluta. De ella, extrajo un baúl antiquísimo, de madera laqueada, recubierto con una extraña piel, endurecida por el paso de los años.

El cofre, perteneciente a la dinastía Chang y anterior en once siglos a nuestra era, pudo permanecer cien años más en el sótano del museo, de no haber sucedido una providencial desgracia: a la mala fortuna incumbió estropear su base y a la buena el que, al restaurarla, encontrara, ocultos en una pared lateral, diecisiete pliegos de seda revestidos con una laca incorruptible.

Tres décadas de mi vida he empleado en limpiarlos y descifrarlos, hasta que al fin, anciano y cerca de los últimos días, he penetrado un enigma que traerá luz al mundo: Ulises, el gran navegante, existió.

La probable comisión de errores al interpretar es humana, mas no la existencia del texto (los registros han sido almacenados en el segundo sótano, sector sinoeuropeo del museo). La veracidad de las piezas ha sido datada y es inequívoca. Lo que a continuación leerán es el fruto de mi investigación y su posterior traducción:

“ Quienes me conocen me llaman Ulises, rey de Itaca, hijo de Laertes. Combatiente de la guerra de Troya, fui castigado por triunfar. Los dioses del Olimpo me usaron para saciar su apetito punitivo: los escarmientos para volver a mi patria y a los míos fueron casi infinitos.

Sólo mi empecinamiento superó a la divinidad. Volví con la frente en alto, orgulloso de haber vencido, honrado por los débiles y temido por los poderosos…

Los Dioses ignoraban que me engrandecían al castigarme: alejándome de mi hogar, me dispensaron la oportunidad de forjarme un espacio entre ellos, de dominar sus caprichos.

Por años recorrí tierras de gigantes deformes, de mujeres valerosas, terribles ninfas, cautivadoras sirenas e hipnotizantes lotófagos; perdí a mis mejores hombres y sin pensarlo, construí un mito: demostré cómo esas perezosas invenciones, sólo eran imperfectas figuras emanadas de sus fastidios…

Y…¿de qué sirvió todo eso? Los éxitos abultan el espíritu y dan alas, pero pocos saben que el final de mi travesía representó el inicio de una penuria. ¡Deleznables humanos: festejasteis mi arribo, y a poco volvisteis a vuestros fatuos intereses! ¿Acaso participasteis verdaderamente de mi retorno…?

¡Si me arrepiento de haberme atado al mástil de mi navío para escaparme del secuestro de las sirenas! -seres perfectos, de cantos melódicos y cuerpos encantados- Ulises es un hombre, con corazón y curiosidad, no el ser de alma indómita y fortaleza suprahumana que otros dibujan.

Si me impuse en las pruebas, fue por orgullo y no nostalgia. ¿Qué me importaba volver a Itaca? Ya había visto suficiente; los dioses me podían haber enviado al mismísimo Hades.

Después de errar diez años, comprobé la pequeñez de mi mundo y la fragilidad de los mortales: condenados al sedentarismo desde el momento en advirtieron que una semilla echaba raíz y uno podía sentarse a esperar la cosecha; ese fue el verdadero castigo de los Dioses: concedernos la inmovilidad

Pocos conocen mi vida tras recuperar el trono. Quince lunas pasaron, la morada era más y más sofocante: relatar una y otra vez mis aventuras sólo atizaba mi avidez por ver nuevos horizontes. Los límites del reino me parecieron ofensivos, las charlas en los banquetes, rociadas de brebajes de los viñedos del norte probaron la ignorancia de los míos. Mi feudo era un grano en un mar de arena; moría en vida.

Deambulé noches y días, enloquecido por el fermento de las ánforas –la pócima del desánimo y la añoranza-. Me pregunté si culminaría mi pérfida existencia como el resto de los mortales, apesumbrado porque mi mausoleo no contaba con más columnas que el del noble Anfínomo.

En un arranque de lucidez, decidí dejarlo todo y partir tierra adentro. Andando sin mirar atrás, marché al levante. Conocí reinos distantes, habitados por seres de rostros insólitos, de piel áurea u oscura como el barro; recorrí naciones lejanas, donde se desconoce el griego y se habla el esperanto; pasé por colinas nevadas y desiertos ardientes, valles boscosos y planicies descampadas…

Anduve por lugares donde nuestros dioses no infunden temor ni permutan destinos; enfrenté a hombres de ojos mínimos –pero más valientes que un cíclope- que montan pequeños y veloces corceles; hallé animales tan grandes como una casa, de largas orejas y bocas capaces de engullir medio hombre; monté bestias capaces de sobrevivir diez noches heladas y sus días de ardiente sol sin probar gota de agua. Crucé montañas tan altas como el Olimpo, donde la nieve nunca funde y el cielo se une con la tierra…

Extravié el camino de vuelta a casa, deambulé por pueblos desconocidos, hasta no tener más hogar que el de mis recuerdos, y aún, vacilante de que fueran ciertos. He dejado una porción de mi alma en cada rincón: he trocado enseñanzas en uno y otro pueblo. Me llaman Ulises el Errante,

Llegué a esta tierra, Chung kwo, tras decenas de lunas, luego de una larga travesía por montañas escarpadas y valles cristalinos; la gran estrella ha aparecido diez o veinte veces en el mismo punto del firmamento...

He sido cobijado por el gran señor de Anyang, quien asombrado por mis relatos, me ha protegido en su corte, y hoy me honra con la comisión de capitanear un navío de tres mástiles y cincuenta remos para ir en busca del hogar del sol: el punto en el horizonte desde el que inicia su diaria travesía.

El gran emperador del Reino del Sol me ha pedido también referir la historia de mi largo peregrinar a Li Kung-ho, un monje de las montañas, quien la plasma sobre una tela hecha de la secreción de gusanos, en la que traza símbolos maravillosos con la ayuda de tinta y un fino pincel elaborado con el pelo de los caballos favoritos del monarca. Dictar ha sido un trabajo harto arduo, pues mi memoria flaquea.

Partiremos con la marea. El oráculo nos ha advertido que el hogar del sol es inalcanzable, pues está allende de la tierra que sostiene los mares. Nos ha dicho que el suelo se desfondará después de 10 días de navegación y seremos arrastrados por la corriente en una caída infinita por abismos oscuros. Yo, Ulises de Itaca, hombre de viajes bajo cielos distantes, descreo de sus palabras, como abominé a mis dioses: demostraré que al final del océano se encuentra el hogar de Gea, nuestra madre, el último reposo de los viajeros

Anyang, año del Buey, Reino del supremo Yang Shang Khu ”

Texto agregado el 05-08-2006, y leído por 147 visitantes. (0 votos)


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