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Al borde del precipicio

Sobre aquella montaña que caminé una tarde escribí la carta que aún me quema. Pero pensar en aquel suelo verde y el paisaje complejo ante mis ojos me llena de nostalgia el cuerpo. Añoro las tardes pasadas mirándo del balcón hacia abajo. Aquel risco de matorrales y a lo lejos las luces pequeñas de la ciudad como reflejo de las estrellas. Recuerdo estar aquí parada mientras llegaban a mis oídos las risas alegres, incrédulas, y extremadamente vivas que se colaban por puertas y ventanas en aquel rincón escondido del mundo. Aún las puedo escuchar e identificar claramente a quién pertence cada una de ellas. La risa fuerte de mi abuelo al bailar merengue en la sala, la risa gritona y jovial de la prima de mi madre que lo acompañaba, la risa baja y la sonrisa amplia de mi abuela que movía las caderas en el mismo sitio y la risa suave, delicada y muy femenina de mi madre que calentaba la leche para el café en la cocina. Es la risa que no heredé, el gen que se saltó el formar parte de mí. Tengo la risa de mi padre. Una risa fuerte, clara, alta y con un sonido un tanto maqueavélico a veces, como de bruja; pero es una risa poco utilizada. Pero aquel recuerdo que involucra tantas perosnas solo tiene un protagonista, mi abuelo. Mi querido viejo... Aún lo escucho hablar con aquel acento que no le he escuchado a más nadie, con el timbre fuerte, y la expresión burlona. Lo veo sentado en la mesa de comedor pequeña de aquella casa, con su tope en cristal que amenzaba con hacerse trizas en el suelo cada vez que lo tocabas. Su taza de café “puya” en las manos, la que había que ofrecerle cada vez que visitaba para que no se fuera a los dos minutos de llegar. Su sonrisa tenía algo de especial, de cómplice, como si tratara de recordarte un secreto que solo tú y él sabían. Cuando me abrazaba sentía todos sus huesos pegados a mi piel, apretándome. Eran tan alto, tan flaco, tan diferente a mí. Era un nómada, campesino, constructor, cocinero, soñador... lo era todo. Hacia de todo sin una queja y era tan voluble como pocos. Podía estar catorce años construyendo una casa, la casa de sus sueños, para luego venderla. Vender la casa de mis correrías de niña, mis sueños de volar y soñar en la hamaca del balcón. La casa a la que recuerdo debíamos subir por una escalera de madera que me paralizaba los músculos a la mitad de subir y bajar. La casa donde la cocina no tenía techo en el lado derecho, donde Tyson, el perro enorme de mi abuelo, me recibía ladrando desesperado y tumbándome al suelo con el peso de sus patas. Recuerdo las reuniones familiares cada Navidad. Mi abuelo había construido una pequeña casita sin paredes donde se preparaba el fogón. El lechón y el arroz al carbón, las viandas y todo lo que se pudiera se hacían allí. El olor a humo mezclado con carne aún me trae recuerdos... Solíamos poner tres mesas largas juntas en la marquesina en la que se acumulaban platos sanitarios, vasos, servilletas y las latas de Coca-Cola, Dr. Pepper o Coco Rico. Mientras los adultos cocinaban, los más chicos sacabamos una vieja bicicleta y subíamos la cuesta empinada que llevaba a la casa. La bicicleta no tenía frenos así que le tocaba siempre a alguno de nosotros el quedarse para detener a los que bajaban apresurados con los pies alzados en el aire. Siempre nos regañaba y amenzaban con hacer basura de la bicicleta pero mi abuelo nos hacia un guiño y volvía a guardarla en la cobija de los trastes viejos.


Siguen siendo los mejores años de mi vida aún cuando luego de tanto raspaso y golpe al bajar en bicicleta me ha causado un trauma eterno, y hasta el día de hoy no sé correr bicicleta ni me interesa demasiado aprender.


Mi abuelo era un hombre excepcional, honesto como ya no quedan, bueno, decente, trabajador, afectuoso con una adicción al café incurable. Murió hace... bueno, hace tiempo. No creo haberlo superado aún pero eso me ayuda a mantenerlo siempre presente. Lo extrañaré el resto de mis días, ¿cómo no hacerlo? Por eso te he traído aquí, para decirte que no deseo perder el poco tiempo que me queda. Que deseo verte, abrazarte, y besarte el resto de mi vida porque no somos eternas, realización que me ha caído de sopetón hace unos días. El amor nuestro lo llevamos, después de todo, en la sangre.

¿La carta que mencione al principio?

Aquella, mi niña, es la carta que escribí para olvidarte, en la que decidía abandonarte, no tenerte, no verte... La carta de mi cobardía, de mi razón sin sentimientos. La carta que nunca envié y que está presente como una llama dentro de mí. La que escribí para romper sobre el ataúd de un amor, de un anhelo, hace más de veinte años. La carta en que lo condenaba por abandonarnos precipitadamente... Ahora entiendo que no fue su culpa, que no fue planeado, que nunca pensó que me dejaría el trabajo de llenar con fotos el vacío de una voz, de unos brazos, de un amor sin límites, de un padre. Hoy vuelves a ser una niña con flecos y zapatitos blancos. Hoy tomaré tu manita en mis manos y volveré a transportarme al balcón aquel. Te enseñaré el paisaje de mi niñez que he convertido en mi pedacito de Edén para que lo compartas. Hoy te concederé observar mis pensamientos para que conozcas al bisabuelo del que te hablo sin parar como si de algo maravilloso se tratara, y al padre que nunca conociste pero que tenía la sonrisa más sincera que jamás he visto. Ellos, que no son sino un puñado de polvo en la tierra, aún bailan y ríen muy dentro de mí. Te abrazaré como ellos me abrazaron y te susurraré suavemente al oído que te amo y juraría que en un momento escucharé como por encantamiento las voces de aquellos que ya no están susurrarme en el viento como una nana que me arrullará el resto de mis días.


Puerto Rico, Caguas-Carolina
24 Julio 06- 3:35 p.m.
01 Agosto 06- 4:00 p.m.

Texto agregado el 05-08-2006, y leído por 302 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
19-02-2007 Me gustó mucho muy hermoso relato***** gfdsa_elisa
21-01-2007 Bonito. Saludos. Bayi
12-09-2006 Amiga linda, éste es un texto precioso, pleno de amor,. de ese amor que inspira la propia sangre y que nunca mengua, siempre se mantiene intacto a través de los años y de las pérdidas. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
07-09-2006 No todas las risas son alegres. Las hay que son canto, susurro, nana, nostalgia de un tiempo atrás, que aún habiéndose esfumado en el silencio, aún se oyen en nuestro recuerdo. Dime que tal te ries y te diré quien eres. La anatomía de una sonrisa, camino idóneo para describir la gran personalidad de un abuelo. azulada
16-08-2006 BELLO TU RELATO. FELICITACIONES UN ABRAZO ELWINDIZQUIERDO
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