Leía entrevistas de escritores famosos. Capote, Yourcenar, Gutiérrez, Joyce, Mann... Sin embargo, dentro de mí había una voz que decía que yo era superior. Vanidoso, pensé. Dejé de leer los libros y salí a la calle en busca de esparcimiento, desasosiego. Era sábado. Los autos salían brillando por las calles, dentro había grupos de gente contenta, rostros sonrientes. Llenos de ilusiones por la noche de las noches, mientras yo, solo como un hongo, manejando sin saber hacia a dónde. De pronto, escuché como si el cielo se hubiera tirado un rayo, un pedo. La llanta, pensé. Cómo es la miseria, no tenía repuesto de llanta. Bajé del auto y tuve que sacar la llanta, en saciarme, buscar un taxi y enrumbarme hacia un llantero. Lo encontré. Parchó la llanta. Tomé otro taxi y volví hacia mi auto. Mientras colocaba la llanta noté que las calles estaban vacías. Los autos estaban muy quietos, sin vida, quizá, esperando. Pero, dentro de muchas casas por los alrededores, sonaba el ruido estridente de la alegría, de una fiesta. Tuve envidia, y mientras terminaba de cambiar mi llanta, no lejos de mí ocurrió un terrible accidente. Todo fue rápido. Choque de autos. Gemidos de heridos, la ambulancia llorona, la policía mandona, los periodistas curiosos... la masa de relleno, como yo... Me acerqué, los autos estaban hechos añicos. El chofer y una acompañante estaban heridos, llenos de sangre en sus ropas y caras. Los otros, eran dos niñas de no mas de catorce años, drogadas, borrachas que no cesaban de reírse. La policía se las llevó, no tenían rasguño alguno. La ambulancia se llevó a la pareja de heridos, lejos, con ese sonido lloroso que tiene la noche. Y yo, volví a mi auto. Sin pensar, y casi desinflado por mi suerte, vislumbré un viejo bar. Me detuve, iba a bajar pero tuve ganas de volver a mi casa. Ahora estaría leyendo, pensaba, tomando un cafecito, viendo la tele, en fin, estaría tranquilo. Volví a encender el auto y lo aceleré. No me detuve hasta llegar a mi casa. Entré y volví a coger uno de mis libros de entrevistas... Era Thomas Mann, decía: "la belleza como el dolor, hace sufrir", "…daría todos los libros del mundo por un momento de dicha…", "La audacia es todo, es lo único indispensable; pero una audacia serena, decorosa, correcta, como envuelta en el suave terciopelo de la ironía. ¡He ahí lo que yo soy y lo que quiero ser!..." Me gustó lo que leí, y cuando ojeé que la verdad es la verdad cuando lo opuesto es también la verdad, me sentí fascinado. Cuanta sabiduría, cuanta, dios mío, sin embargo, todo esto lo observaba sentado sobre un trono, como un rey, el rey de mi propia vida... Cerré el libro y decidí ponerme a escribir acerca de mí, un poco nada más...
San isidro, agosto de 2006
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