Escrito en la misma mesa donde Melina Cavalieri da a luz sus historias, bajo la atenta mirada de los ojos de mis dos almas gemelas Violeta y Ébano, 21 de Julio de 2006.
A Kareli, que pidió una historia cursi, pero real.
Yo nunca escribo de amor
Soy un ser solitario.
La comunión entre soledades ha sido siempre la causal de mis compañías.
Soy buen observador y suelo ser agradecido. Quisiera creer que existe algo tan ingenuo como el amor romántico: he podido observar la mutación de un par de ojos en los objetos más esperados del día —el alimento preferido por mi alma en una época ya pasada—.
Y viví la paulatina permutación de una charla habitual en cosa indispensable, con una comodidad en la mutua compañía inexplicable desde otro sitio que el breve esbozo de una sonrisa.
Tal vez todos veamos esto cotidianamente, y lo vivamos un tanto menos. Yo, ya no lo he vivido más.
Aún cuando transcurren mis días en el asombro de la dinámica de lo cotidiano: donde los hechos se precipitan, concatenan, encadenan y, de pronto, con sigiloso estruendo, la situación se torna asombrosamente distinta.
Acaso en el devenir de los días de una vida, durante ínfimos instantes nos sea regalado un vistazo a la felicidad completa. Alguna vez me ocurrió.
No existen rutas a la felicidad, no hay planes, supongo. Yo la hallé en paseo de a dos por las calles de la ciudad sin nombre. En la invitación a pizza sin dobles intenciones. (O con el velado propósito de evitar los zapallitos rellenos que eran la alternativa.)
El titubeo y la aceptación, fueron primero.
Luego, la charla de siempre, en el lugar de nunca. —Las cosas cambian tanto en el contexto adecuado…—
Y cuando la pizza llega, uno, ya veterano en acartonadas Cosmo-girls se halla de frente con una que se zampa de un bocado media porción, con la boca llena coincidiendo con dos ojos color miel que echaron fuego al decir —¡Está buena!— y pudo sentir que se quemaba para siempre jamás en esa mirada. Y el mundo a partir de entonces lo vio a través de un tubo que culminaba en esos ojos.
Las cosas se precipitaron a partir de allí.
Años después me es posible recordar esta escena con cariño.
Nada más puedo decir, pero siento que con el primer beso deberían concluir todas mis historias de amor.
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