¡Ahora vengo! dijo en la mañana, antes de salir a la calle.

Verano. El calor revolcándose en el sudor de todos. La ciudad es vapor y es hastío. Miguel sabe en dónde está el super pero desvía el camino.

En una calle angosta pasa un perro a su lado.

- Buenos días- saluda el perro.

- Buenos días – responde Miguel.

Todo normal...

Los semáforos le preguntan por su salud y los pájaros le muestran el culo con burlona confianza. Llega al mercado. Las frutas se alegran al verlo. En la pescadería los pescados hacen lo posible para pestañear con sus ojos resecos y los pulpos lo saludan con sus tentáculos. En la carnicería los medios cuerpos de las vacas lo invitan a bailar una de las cumbias que el carnicero escucha en ese momento.

- No, gracias, hoy ando con prisa- le dice a las carnes, amable.

Los bichos más raros le brindan pleitesía cuando descubren su presencia. Sólo las ratas, desconfiadas como siempre, lo ignoran sin disculpa.

Después de un par de horas se cansa de caminar sin rumbo. Le pregunta a una cucaracha por el camino correcto a casa. La cucaracha lo acompaña hasta la puerta.

- No entres, por favor, a mi mamá no le gustan los insectos- le dice a la cucaracha, apenado.

La cucaracha conoce la verdad -al fin cucaracha- pero se va sin contradecir a su amigo.

En casa, el sofá sigue en el mismo lugar y la televisión continúa encendida. Las cortinas están cerradas, ningún espejo, tazas sucias de cafés antiguos se acumulan imitando lo que sucedió en Babel, colillas de cigarros, un par de pantuflas, un cepillo de dientes…