Desesperada buscó rápidamente entre los artefactos de la cocina el cuchillo más grande, sólo alcanzó a voltear el cuerpo y quedar en la posición precisa para la defensa. Amenazante, lanceta en mano, no pudo pronunciar palabras. El hombre la miraba con furia y desesperación, trató de acercarse y arrebatarle el arma, pero ella estiraba el brazo como queriendo enterrarlo y así lo alejaba. Las miradas mezclas entre odio y miedo se cruzaban con tal potencia que enmudecían lo demás; el silencio como escenario de base. No pudo evitarlo, la mano que sostenía el puñal comenzó a temblar y rápidamente él pudo percibir el temor de su compañera, se abalanzó sobre ella dándole un golpe y la lanzó contra el muro, pudo arrebatarle el cuchillo que luego, saltó por los aires. Ella comenzó a propiciarle patadas bajas que lo obligaron a doblarse y a ceder terreno, pero juntó las escasas fuerzas que aún tenía y la aprisionó contra la pared. La respiración de ambos coincidía aceleradamente y los cuerpos en extremo juntos comenzaron a ceder terreno al erotismo y la pasión, pero ninguno de los dos se atrevía a soltar la furia de matanza. Ella lo miró entrecerrando los ojos y soltó una leve sonrisa perfumada en seducción, él inquieto comenzó a besarle el cuello mientras aprisionaba fuertemente irritándola. Comenzaron a descender dejando la huella de sudor entre los ladrillos hasta quedar en el suelo desenfrenados en la entrega al ser y sentir. En un vuelco lujurioso ella estiró el brazo y alcanzó el cuchillo; se lo clavó en la espalda. Ella sabía de armas mucho más que él.