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Recuerdo bastante bien como ocurrió todo, a pesar de que ha pasado ya un buen tiempo. Estaba una noche en mi casa viendo TV, nada importante. El asunto es que me aburrí de escuchar los típicos chistes y las rutinas fomes, así que decidí apagar la TV. Abrí la ventana, estaba rica la noche, estrellado, despejado, calmito, sin viento. Estuve mirando un rato el cielo y vi pasar un pájaro que debió ser una lechuza o un alguno de esos pajarracos nocturnos, entonces me dieron ganas de salir a volar un rato. Antes de aquella noche hacía mucho tiempo que no salía a volar, cuando era niño y vivía en el campo salía bastante seguido, pero ahora que estoy en la Universidad ya no salgo tanto, o por lo menos hasta aquella noche. Me asomé por la ventana de mi pieza, que queda en un segundo piso y me paré en cuclillas en el marco, estuve un momento allí planificando mi vuelo, primero iba a dar unas vueltas por el barrio y luego iría al centro de la ciudad. Me impulsé fuertemente con las piernas y salte hacia fuera, lentamente fui ganando altura hasta estabilizarme, como hacía ya un buen tiempo que no volaba, me costó un poco equilibrarme, además, como todo el mundo sabe, o así lo creía, el despegue y el aterrizaje son los momentos más críticos en un vuelo. Di un par de vueltas alrededor del enorme pino que esta detrás de la casa y me elevé para ver si andaban otras personas volando, pero no ví a nadie. “Es extraño” pensé, “cada vez que salgo a volar no veo a nadie, pareciera que el resto de las personas evitaran volar cuando salgo yo, o tal vez lo que ocurra sea que vuelan en otros horarios”. En realidad recordaba haber volado en compañía sólo cuando vivía en el campo, no me acuerdo que edad tenía, ha pasado mucho tiempo. En aquel tiempo tenía un amigo con quien salía a volar, no recuerdo como se llamaba, solo recuerdo que era un nombre muy extraño y nunca he vuelto a oírlo. Fue precisamente él quien me enseño a volar. Ahora que estoy grande me doy cuenta de que era un niño bastante raro, era de mi estatura aunque parecía mayor, tenía la piel muy blanca, recuerdo que me parecía transparente, siempre andaba con gorro porque no tenía pelo. A pesar de ello, en aquel entonces no me preocupaba por su apariencia, cuando se vive en el campo no se tienen muchos amigos con quien jugar. Lo que siempre me llamó la atención, eso si, era que a pesar de que hablábamos mucho no recuerdo su voz, recuerdo bien sus ojos, porque para escucharlo debía mirarlo a los ojos, pero no recuerdo su voz. Cuando nos fuimos del campo, no lo ví más.



Me elevé un poco más hasta dejar atrás el gigantesco pino, desde gran altura me devolví y me lancé en picada, antes de encontrarme con las ramas más altas del árbol, mi trayectoria describió una parábola e hice un vuelo rápido y rasante sobre los techos de las casas vecinas. Me encanta hacer eso, cada vez que salgo a volar lo hago, no muy cerca del suelo por supuesto, porque cuando se está a dos metros del suelo aproximadamente, pareciera que la fuerza de gravedad se incrementara y es muy difícil controlar el equilibrio del vuelo arriesgando una caída. Tan rápido volé que me salieron lágrimas, así que disminuí la velocidad. Me elevé nuevamente y sobrevolé las calles del barrio, andaba bastante gente caminando y, para variar, nadie volando. Avancé sobrevolando una plazoleta donde un grupo de niños jugaban un partido de fútbol en una pequeña cancha de cemento, volé lo más lento que pude para observar un rato el partido, pero por un momento casi pierdo el equilibrio así que tuve que apurar mi vuelo. He tratado muchas veces de volar lento, mi objetivo siempre fue algún día ser capaz de mantenerme en un vuelo estacionario, o sea detenerme totalmente en el aire, como un helicóptero, pero nunca lo había logrado, hace tiempo atrás estuve toda una noche practicando la técnica de detenerme totalmente, como flotando en el aire, pero no lo conseguí, cada vez que me detenía, perdía el equilibrio y me precipitaba en caída libre, como estas prácticas las hacia a gran altura, alcanzaba a retomar el vuelo mucho antes de tocar el suelo, sin embargo, en una oportunidad, a punto estuve de sufrir un grave accidente al practicar a muy baja altura. Aquella vez intenté detenerme por completo y, como de costumbre, perdí el equilibrio y empecé a caer, no pude retomar el control del vuelo sino hasta estar a menos de diez metros del suelo, afortunadamente pude frenar bastante la velocidad, pero con el impulso que traía no pude evitar caer fuertemente a tierra. Desde aquel accidente decidí no seguir practicando hasta encontrar a alguien que me ayude. Siempre pensé en invitar a alguien para no volar solo, pero a la larga, cuando estaba con mis amigos se me olvidaba completamente. En una ocasión en que estaba en una fiesta conocí a una niña, era bastante guapa y simpática, luego de conversar un rato le propuse que salgamos a volar, pero parece que malinterpretó mi invitación porque me miró como entre sorprendida y enojada y me dijo que ella no se metía drogas, luego se fue y nunca la volví a ver, desde aquella vez no volví a invitar a nadie a volar. A veces creía que yo era la única persona en el mundo que podía volar, “Que tontería, como si la gente normal no volara” pensaba, como decía el psicólogo al que estuve visitando un tiempo cuando era niño. Mis padres me llevaron, según ellos, porque me comportaba de manera extraña. En ese tiempo recién estábamos mudándonos del campo a la ciudad y mi amigo de la infancia me dijo que no dejara de practicar el vuelo porque se me podía olvidar como hacerlo, por ello, todas las noches salía por la ventana a dar unas vueltas antes de dormir. Recuerdo que aún no controlaba bien la técnica del aterrizaje a nivel de suelo, por lo que para evitar accidentes aterrizaba en el techo de mi casa y luego bajaba por la escalera que disponía previamente antes de salir, varias veces olvidé poner la escalera y para bajar del techo tenía que despertar a mi padre para que me ayude. Ahora entiendo que debió ser bastante extraño para mis padres el hecho de que en varias ocasiones aparezca, sin explicación, a media noche en el techo de la casa, a pesar de que mi papá escondió la escalera para que no siga subiendo. Creo que por eso y porque les hablaba de mi amigo (al que nunca conocieron porque cada vez que lo invitaba a mi casa a tomar onces él se negaba), que me llevaron al psicólogo. El hombre era simpático, pero hablaba cosas que no entendía, me decía que la gente no volaba y que mi amigo solo existía en mi imaginación, “Que tontería” pensaba yo. Desde ese momento dejé de hablar de mi amigo y del vuelo para que me dejaran tranquilos y para que mis padres estuvieran contentos, aunque seguí volando para no perder la práctica. La verdad no entendía porque la gente no vuela libremente, pareciera como un tema prohibido, muchas veces creí que el psicólogo tenía razón y de verdad la gente no podía volar, pero luego reflexionaba y me reía de pensar tal idiotez.



Me dirigía hora al centro, volé a gran altura haciendo loops en el aire. Pasé muy cerca de una antena que estaba sobre un edificio y volé a su alrededor un rato, jugando con una luz roja que parpadeaba incesantemente. Luego fui a al barrio donde se ubican la mayoría de los bares y locales nocturnos de la ciudad, andaba mucha gente en la calle, pero nadie me vio, volé alto y rápido describiendo grandes círculos por sobre los tejados de los negocios. Vi algunos tipos que me parecieron conocidos, de la Universidad tal vez, pero desde el aire es muy difícil distinguir a las personas.



Estuve así largo rato, volando sin rumbo, finalmente, cuando ya me disponía a regresar a mi casa, ocurrió lo inesperado, la razón por la cual aquella noche de vuelo fue diferente. A varios metros delante de mío, divisé una sombra que se movía lentamente, por un segundo tuve la impresión de que me observaba (luego supe que así era) y cuando me percaté de su presencia aceleró su marcha para perderse en la espesura de la noche. La verdad es que lo primero que sentí fue miedo, no se por qué, pero sentí miedo y solo se me ocurrió evitarla y seguir mi rumbo a casa, pero luego pensé que nunca había tenido la suerte de encontrarme en una noche de vuelo con otra persona, porque, de eso no cabía duda, la sombra no era si no otra apersona volando. Entonces la saguí y le di pronto alcance puesto que, modestia aparte, vuelo bastante rápido. A medida que me acercaba desde atrás vi su pelo largo moverse al compás de su armonioso vuelo, era una mujer. Me puse a su lado para saludarla, ella continuó su vuelo por unos metros sin acusar mi presencia, repentinamente me miró y sonrió, tuve la sensación de estar viendo un ángel, su vuelo era tan armonioso, lento pero muy seguro, elegante, discreto, me sentí tan embobado que no pude articular palabra, finalmente me desconcentré de mi maniobra de vuelo y caí aparatosamente unos metros, tal como un hombre que no sabe nadar y lanza brazadas descoordinadas para evitar hundirse. Por fortuna recuperé rápidamente el equilibrio y me elevé nuevamente, algo avergonzado, para hablarle. Ella me miró con una sonrisa burlona pero muy simpática y al ver que me acercaba nuevamente se detuvo completamente en el aire con la intención de esperarme. En ese momento casi pierdo el equilibrio nuevamente, imposible, podía permanecer en vuelo estacionario sin el menor esfuerzo, me sentía sorprendido, incluso celoso por su habilidad, pero al ver su gracia, sus ojos pícaros brillando más que cualquier estrella del cielo, pensé que debía saludarla y decirle algo interesante e inteligente, pero no se me ocurrió nada, así que le dije lo primero que se me vino a la mente:

- ¿Cómo lo haces?

- ¿Cómo hago qué cosa?

- Mantenerte en el aire si caer, yo lo he intentado desde que aprendí a volar y nunca lo he logrado.

- Si quieres puedo enseñarte, no es tan difícil-. Me dijo sonriendo, mientras volaba a su alrededor para no caer. -¿Tienes tiempo ahora?

Tenía todo el tiempo del mundo para ella. Aquella noche practicamos mucho, pero conversamos y reímos más. Durante la noche le dio frío, por lo que le presté mi sweater, le quedaba grande, lo que le hizo mucha gracia y me hizo varios chistes al respecto, luego me dijo que le gustaba el olor que tenía, yo le dije que era mi perfume y me dijo que le gustaba mi perfume, yo le dije que me gustaba como olía su pelo. Al amanecer nos sentamos en la parte más alta del campanario de la catedral y vimos salir el sol. Finalmente llegó la hora de irnos, no sin antes intercambiar teléfonos y concertar otra cita de vuelo la noche siguiente.



Ya llevamos casi un mes volando juntos. Nos hemos juntado casi a diario, salvo un par de veces en que teníamos deberes propios de nuestros respectivos estudios, tampoco volamos ni el martes ni el miércoles recién pasado porque llovió. Ella me enseñó el vuelo estacionario y yo le enseñé a hacer vuelos rasantes a alta velocidad, como nunca había volado tan rápido, le regalé un par de lentes de sol que al mismo tiempo le servían para protegerse sus lindos ojitos (así le dije cuando se los regalé “Para que protejas tus lindos ojos”) ante la velocidad de nuestros vuelos. Me regaló una bufanda que tejió ella misma, “Los días ya se están poniendo fríos”, me dijo -“…y tú no te preocupas de abrigarte, si no te cuido yo, te vas a resfriar”-. También me dijo como aprendió a volar y me explicó porque tan pocas personas saben hacerlo, gracias a ello entendí muchas cosas y entendí también porque es mejor mantener nuestra habilidad en secreto. Por todas nuestras conversaciones comprendimos que nuestro encuentro fue una gran casualidad, ya que es muy improbable que dos personas a quienes Ellos les han enseñado a volar se encuentren. Yo pensé entonces que nuestro encuentro tal vez no fue casual, tal vez de alguna manera estaba en nuestros destinos encontrarnos y el hecho de que los dos sepamos volar fue solo el elemento que permitió que nuestros caminos se crucen, es decir, creo que para todos existe en el mundo una persona que es la persona ideal para mí, cada persona en el mundo tiene su propia persona ideal para sí, la que no necesariamente es la persona ideal para otro, el gran problema es encontrar a esa persona y estoy convencido que en ella la encontré, porque nos entendemos demasiado bien, cuando ella esta triste nos quedamos largos ratos abrazados conversando o en silencio en la azotea de algún edificio, como gárgolas de piedra inmóviles y frías, pero muy vivas por dentro y cuando saco alguna mala calificación y me deprimo por ello, ella me sermonea y me exige que estudie más para la próxima y yo le digo que tiene razón. También nos gusta hacer cosas juntos, por ejemplo volar muy alto y hacer vuelos rasante a toda velocidad tomados de la mano, gritando y riendo, ella con sus lentes protectores y yo con mi bufanda de lana.
Esta noche nos veremos de nuevo, pero no iremos a volar, le dije que nos veamos en un café o algún local bonito, donde se junta la gente “normal”, esta noche será diferente, pero estoy seguro que cuando le diga todo lo que tengo adentro, ella me dirá que siente lo mismo y mañana sea lo que sea que hagamos juntos, caminar, volar, montar en bicicleta, todo será igual entre nosotros, salvo un pequeño detalle, seremos un poco más que amigos…

Texto agregado el 03-08-2006, y leído por 149 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-04-2007 Buena mezcla... naiviv
 
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