Me miras. Intentas descifrarme, transformarme en símbolos, en esquemas claros, en paradigmas de paseos de domingo o citas a ciegas. Observas mis botas bajando la mirada lenta y tímidamente. Intentas descifrarme, convertir cada cicatriz en el cuero de mis viejas botas en un viaje, una carretera infinita, un beso, una lluvia, un mal blues sobre la ciudad dormida. Y no atinas a mirarme a los ojos, a desnudarme de verdad. Te preguntas como beso, me miras los labios cual serpiente sobre una pequeña ratita. Y no haces nada. Y te odio por no cerrar el círculo. Por la melodía incompleta que retumba en mis odios mientras te largas con tus caderas perfectas y esos ojos que no me dejan verte. Púdrete. Vete al infierno. Vuelve a tus almohadas baratas, a tus perfumes y libros de conciencia moral, vuelve allí donde no me perteneces, donde tu sexo no ruge y se retuerce por mi olor a atardeceres salvajes. Vuelve a matarte lentamente en oficinas y apartamentos para ejecutivos impotentes. Deja que tu sangre se congele, que no sea un río de fuego en mis manos mientras te devoro pedacito a pedacito en una eterna noche bocarriba. Vete al diablo.