Cada noche es lo mismo. Vienes y te quedas ahí parado, viéndome. Como hechizado, mientras yo sigo mi movimiento tratando de no darte importancia. Pero es que tú permaneces impasible, sacas tu libreta y empiezas a escribir. ¿Qué escribirás? A ratos sueles volver a posar tu mirada sobre mi; a veces suspiras, otras parece llegarte de improvisto la inspiración y vuelves apurado a la libreta. Si tan sólo me pudiera asomar desde aquí para ver qué escribes. Pero es imposible, tengo que seguir con mi trabajo y entonces me muevo. Lentamente me muevo. Como tratando de huirle a tu mirada y a tu pluma, pues adivino que en los confines de tus letras he de aparecer, quizás por un breve momento, pero ese instante ha de ser evitable, si tan sólo me muevo un poco más.
Y así pasan las horas, hasta que acaba la noche y sale el sol que siempre es como una despedida para ti. Bostezas, hondamente, jalando todo el frío aire de mañana. Y entonces, ayudado con la luz que ahora es tenue y amable, lees todo lo que pudiste sacar esta noche de tu cabeza. A veces sonríes un poco sonrojado. A veces tachas todo, rompes la hoja y tu semblante se torna enfurecido. Después de eso te vas. Ya no volteas ni a verme porque piensas que ya no estoy ahí, sin saber que tan sólo permanezco escondida a tu mirada, pero ahora quien mira con curiosidad soy yo.
¿A dónde irás, mañana con mañana? Imagino que a un lugar que te invita a volver noche tras noche. Imagino también que te llamas Claudio. Y que en casa te espera una mujer y dos críos. Tú llegarás cuando estén en pleno desayuno, a las carreras por no desplazar un medido horario de vida moderna. Darás un bostezo y ella te preguntará: “¿Y cómo te fue anoche?” A lo que contestarás que “bien, pude escribir un par de párrafos no tan malos, no tan buenos”. Y ella reirá con un resoplido. Imagino que ella se llamará Venus. Y entonces volverás a bostezar, subirás a tu cama y pretenderás que duermes. Como cuando yo pretendo que ya no estoy ahí, frente a tus ojos, y tú me crees: te marchas. Ella subirá, buscando en ti cualquier conversación, como las de antes. Pero tú sólo elevarás el sonido de tus ronquidos falsos. Recrearás en tu mente sueños inventados. En los que quizás aparezca yo, en mi eterno movimiento de huirle a tus ojos. En los que quizás aparezcas tú, escribiendo desaforadamente mientras te bañas de noche. Ella volverá a bajar, en las escaleras se sonreirá a si misma falsamente y se verá radiantemente hermosa. Después de un rato, dormirás de verdad. Mientras yo sigo aquí, y te invento una vida, un nombre, hasta una mujer.
Es difícil ver pasar el día desde aquí. Con la incertidumbre de cómo me habrás descrito anoche en tu libreta. ¿Será tan verosímil como la historia que yo me invento de tu vida? Y entonces vuelve a caer poco a poco la noche: primero la tarde invade el cielo con sus rojos, sus anaranjados, sus violetas. Luego se eleva el sonido de los grillos. Al final se hunde por completo el sol, y le quita su manto azul cerúleo al cielo. Entonces vuelves tú, como satisfecho de ti mismo. Como si toda esa magia que vuela en la noche fuera sólo para ti, para tu deleite, para que tu inspiración corra por la libreta. Vuelves a ver al cielo, como perdido, hasta que me encuentras. Sabes que soy yo. Sabes mi nombre. Sabes hasta a qué constelación pertenezco. Mientras yo sólo puedo inventarme historias sobre ti, Claudio, que ahora sacas la libreta e inspirándote en las estrellas, vuelves a comenzar a escribir. Yo nada puedo hacer, desde aquí arriba sólo sigo con mi lento movimiento, tratándole de huir a tus ojos. |