No había mucho en común. Lo sabíamos, pero nos hicimos los tontos. Nos faltaba un pie, a ti el izquierdo y a mí el derecho. Eso era todo. ¡Ah! Y por una mala broma de la vida (que no hace sino reírse de nosotros) calzabamos el mismo número. Ya no te sobrarían zapatos izquierdos y a mí no me sobrarían zapatos derechos. Suficiente para afincarnos en que eramos esa mitad que buscábamos. Pero tú tenías otros planes. Siempre lo supe. Así como también siempre fui fuerte candidato al peor de los ciegos. Un día me pediste el pie prestado. Esos presentimientos que nunca fallan. La ceguera pudo más, y el amor más todavía. Lo último que supe de vos es que andabas huyendo de la serpiente que te crió por haberle sacado los ojos.