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Se encontraba derramando sus lágrimas embebida por aquel maravilloso paisaje que le brindaba la Madre Naturaleza, emborrachándose del aroma de las flores y deleitando sus oídos con la tierna música de los pájaros y el dulce susurro del arroyo. A veces cerraba los ojos, intentando en vano formar presa a aquel torrente de aguas que brotaban de sus ojos. Intentaba no pensar en nada, fundirse con aquel mundo, apacible, tranquilo...

Cuando abría su verde mirada al vasto paisaje soñaba que era un sueño. Por momentos deseaba ser piedra del río, sentir como sus frescas aguas rozaban su dura piel y golpeaban suavemente sus agrietados filos. Realmente deseaba sentir esas caricias tenues a veces, frías otras tantas. Sentir las heladas del frío invierno y saborear el deshielo de la primavera dulcemente hasta la llegada de las cálidas aguas del verano. Seguía llorando y deseaba ser hoja. Admitía querer ser parte de un árbol que a su vez sería parte de un bosque y a su vez parte de la naturaleza terrestre. Sentir las estaciones lentamente. Sentir el brote siendo yema y alcanzar el esplendoroso y fresco verdor siendo hoja madura, caduca. Y poco a poco morir, oscurecer tristemente y una vez parda caer acariciada por el suave viento de otoño hasta aterrizar delicadamente en el suelo con el resto de aquellas con las que compartió su savia, sangre de su padre-madre el árbol. A su vez no dejaba de desear ser también viento y ser agua, suave a veces, otras tempestuosa. Pero sólo deseaba, porque sabía que aquello era una utopía, un imposible. Pero quería desaparecer y ahogar su pena mezclándose con aquello que tanto admiraba y que tanto la complacía en aquellos tristes momentos. Apenas caían sus últimas lágrimas se dio cuenta que éstas eran rocío y que la mañana se bebía de ellas. Sintió esparcirse, expandirse y disgregarse. Se sintió deslizando sobre sí misma, fresca y revitalizada. En unos segundos toda ella fue un charco y, poco a poco, siguiendo la pendiente que llevaba al río, se convirtió en arroyo. Arroyo que se deslizó, con dulzura, hacia el río, formando parte de éste, fundiéndose con su deseo y siendo ella misma agua fresca, lágrima que antes derramó. Siendo río siguió su curso, sabiendo que tarde o temprano sería mar y luego lluvia, y luego alimento a su amada madre la naturaleza. Se sintió feliz y suspiró.


Extraído del libro "Cuentos del Ente Onírico" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 02-08-2006, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


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