No tenía nada que contar cuando escuché en el pozo de mi inconciencia el nombre de mi padre, pronunciándose como el eco en un abismo... Cerré los ojos esperando ver su imagen cuando vi sombríos rostros moviendo los labios sin poderse detener y sin dejar escapar un sonido... Traté de entender pero fue imposible, inútil. Abrí los ojos y continué tratando escribir, de contarles algo... De pronto, escuché el ruido de unos pasos acercándose a mi puerta. La tocaron. Me acerqué hasta la puerta y vi a mi padre. La abrí y le recibí, bastante extrañado por cierto. Le dije qué milagro lo ha traído hasta aquí. Sonrió. Le invité a pasar, a tomar asiento, no quiso. Deseaba contarle la visión que tuve, pero él se dio la media vuelta y se alejó de mi presencia sin decirme adiós, nada. Cerré la puerta, me sentí raro. Cogí el teléfono y llamé curiosamente a su casa. Respondió su mujer, diciendo que este se hallaba muy enfermo... Va a morir muy pronto, dijo. Colgué, y salí corriendo tras la imagen de mi padre. Le vi no lejos, estaba caminando en medio del gentío por las viejas calles de la ciudad. Traté de acercármele pero hubo algo más fuerte y grande que yo, impidiéndomelo. Era como si tuviera plomo en el alma, en el cuerpo. Era como si mi padre fuera una montaña moviéndose y yo, aire… Estoy desvariando, pensé. Aún así, le seguí hasta llegar a su casa. Entró, y yo entré tras él. No había nadie en la casa cuando entré. Le vi subir las viejas escaleras hasta llegar a su cuarto de toda la vida. Subí y le vi. Había dos cuerpos de mi padre. Uno estaba echado en la cama, y el otro, nos miraba… Luego, miró al cuerpo echado y le dijo que se levantara. Este se paró y caminó hacia la imagen que fue a buscarme. Se abrazaron, y luego, se hicieron uno solo. Me miraron y sonrieron. Me dijeron que estaban contentos de que haya venido a despedirse. Volvió a sonreír y fue a echarse a su cama. Cerró los ojos y sentí que debía aproximarme. Me acerqué y me quedé sentado a su diestra, en silencio, esperando, esperando simplemente… y mientras veía como respiraba, no me percaté que toda su familia estaba en la puerta del cuarto, mirándonos, como si vieran un milagro. Les miré, sonreí. Ellos sonrieron en silencio. Miré a mi padre y le dije adiós. Respiraba, tenía los ojos cerrados y esbozó una tenue sonrisa. Me levanté, y me fui en silencio. Cuando llegué a mi casa sonó el teléfono, pero no contesté, ya sabía todo… Me acosté. Y apenas cerré los ojos volví a ver los rostros sombríos de mi padre que empezaron a crecer hasta aplastarme como a una cucaracha… ¿Dónde estoy?, me pregunté. No encontré respuesta. Por suerte desperté gracias al sonido del teléfono que no cesaba. Me paré, caminé hasta el teléfono y lo tiré por la ventana… Ya sabía de quien era la llamada…
San isidro, agosto de 2006
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