La obsesión vino con la muerte de su mujer. En una tarde de Noviembre Pancho encontró a su mujer muerta en la cocina, tirada en el suelo con la sartén en una mano y la cuchara en la otra. Murió trabajando como buena cristiana, dijo el padre en la misa.
Al principio Pancho no sintió el hueco al lado suyo, en la cama. Continuó con los hábitos normales haciendo cambios en las horas de la comida. En un restaurante cercano pensionó los tres golpes diarios y una señora pasaba cada tercer día a limpiar la casa, a lavar la ropa y planchar. El resto seguía siendo lo mismo desde que se pensionó: tomar café con los viejos amigos, leer el diario, pasear por el parque y charlar con señoritas en el parque haciéndose el gracioso.
- Ay señorita, permítame decirle con todo el respeto que sus piernas son las más hermosas que he visto en toda mi vida, hasta un poema existe ya para tales muslos – decía don Panchito, acomodándose los lentes de vidrio gordo sobre la nariz mientras sonreía como niño.
- Gracias señor- respondían casi todas y se paraban lentamente del banco, despidiéndose con cariño obligado.
Las chiquitas que no se iban a tiempo y le seguían el juego por descuido terminaban mareadas con las mil anécdotas que Pancho dejaba correr por su húmeda lengua.
Luego alimentaba a las palomas con restos de pan. Se acercaba todo tipo de pájaros a comer, menos las palomas. Viendo a los plumíferos pensó en la soledad de su vida. Nada qué hacer y nadie interesado en su persona. Se deprimió. Fue al café de todos los días, pidió el mismo café negro con un poquito de leche y una pieza de pan dulce. Los otros viejos llegaron más tarde. Las mismas pláticas sobre política nacional y el análisis de los chismes actuales. A veces hablaban un poco de Hitler y los generales von esto y von el otro…
Fue en el camino a casa que le vino la idea a la cabeza.
“Gallinas, si, las gallinas y sus huevos”
Criar gallinas y desayunar sus huevos o dejar que se hicieran pollitos. Con buena suerte podría vender huevos entre los vecinos y ellos pasarían a su casa temprano a desearle buenos días y comprarle huevos frescos para el desayuno. Buena idea. Compraría diez gallinas ponedoras, las dejaría andar en el enorme patio trasero de su casa y esperaría a que la situación tomara su curso ¿Por qué no?
Compró las gallinas en el mercado.
- Las quiero vivas- dijo.
El vendedor lo miró asombrado. Le vendió las gallinas sin comentarios. Ese día se dedicó a comprar el maíz, a construir un establo rústico, a preparar todo para los próximos huevos. Las horas se fueron veloces. La noche lo sorprendió observando a sus nuevas mascotas.
“Las chiquitas seguro me extrañaron en el parque, pero trabajo es trabajo”, pensó.
A la mañana siguiente despertó exaltado. Se puso las pantuflas y salió al patio. Las gallinas ya caminaban por todos lados. Pancho se dirigió al establo con la canasta y listo para la primera recolección. Ningún huevo.
La desilusión lo mandó de nuevo a la cama. Despertó al mediodía con una idea: seguiría un inventario riguroso para saber en qué día podría ofrecerle los huevos a los vecinos.
Todas la mañanas escribiría la cantidad de huevos colocados, con rigurosa disciplina.
…A la mañana siguiente apuntó en su bitácora: cero huevos.
... Al otro día: un huevo
… Dos huevos.
… Cero huevos.
…Se murió una gallina.
… Un huevo.
… Don Chema, el dueño del restaurante pasó a preguntar si estaba bien y a cobrarme el mes de pensión. Tres huevos.
… La señora que limpia renunció hoy. Dice que ya no tiene tiempo. Dos huevos.
… Hoy cayó una tormenta y dos gallinas murieron del susto. Cero huevos.
… Cero huevos.
… No he podido dormir. Un huevo.
… Anoche vino la policía. Los vecinos se quejaron de mis gritos ¿Grité? Dos huevos.
… Ayer vino don Chema a preguntar si iría a comer de nuevo, está preocupado. Cero huevos.
… Faltan tres gallinas. Un huevo.
… Mi mujer platicó conmigo un rato. Lloramos juntos. Cero huevos.
… Dos gallinas han muerto de hambre. Olvidé colocar el maíz desde hace días. Cero huevos.
… Mi mujer me avisó que la gallinas habían puesto. Ocho huevos. Tenía razón.
… Estoy cansado.
…
Un día de verano los vecinos llamaron a la policía. El olor nauseabundo de la casa de Pancho los asustó. Cuando entraron a la casa descubrieron una docena de huevos podridos con el precio escrito a mano sobre la cáscara. Don Pancho yacía en el patio, con un libro entre las manos. Las gallinas habían muerto de hambre y sed. Encontraron dos huevos en el establo.
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