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-¡Dale, Facundo! Apurate que se hace tarde- gritó su hermana desde la puerta de la casa.
Facundo estaba mirando su propio reflejo en el espejo de la habitación prestando atención a los detalles. Se acomodó por décima vez la corbata, trató de alisar la camisa. Su mirada se detuvo en sus zapatos acordonados, nuevamente el moño se había desecho. Resoplando con impaciencia se agachó para anudarlos. Dio un último vistazo a ese muchacho del otro lado del espejo y salió de la habitación tarareando por lo bajo la melodía de una canción. Su hermana lo tomó del brazo y con paso apresurado fueron hasta la parada del colectivo donde los esperaban sus padres. Luego de una espera de 10 minutos se subieron al transporte público. Facundo eligió sentarse con su mamá para ir seleccionando el repertorio. Pero lentamente sus párpados fueron cerrándose sin darse cuenta.
Sintió que alguien lo estaba sacudiendo suavemente del hombro y una voz conocida lo llamaba. Al abrir los ojos reconoció el rostro de su madre. Le estaba indicando que debían bajar en la parada siguiente. El frío de la ventanilla se hizo más intenso, lo sintió en su mejilla. Despegó su cabeza del vidrio. Otra vez se había dormido durante el viaje. Con pereza se reincorporó en el asiento, sintió su boca seca. Acomodó sus lentes. Finalmente se puso de pie y se dirigió a la puerta de atrás del colectivo donde ya lo esperaban su mamá, su papá y su hermana. Al descender notó que la temperatura era más agradable de lo que esperaba. Comenzó nuevamente a tararear una melodía mientras se dirigían al lugar donde se presentaría por primera vez. Un señor de lentes les dio la bienvenida y los condujo a la mesa reservada, a poca distancia del escenario bajo las miradas de desprecio o indiferencia por parte de los otros ocupantes de las mesas. A pesar de que nunca había cantado allí se sentía tranquilo. Sabía que ganarse al público era un desafío pero confiaba en su voz. Su padre le hizo señas a un mozo para que le trajera un vaso de agua para que su hijo refrescara la garganta. Facundo empezó a observar al público presente y le dio la impresión de que conocían al artista que en ese momento estaba cantando “Malena”. Se distrajo unos instantes en los detalles de las fotos que adornaban las paredes.
-Facu, después vas vos- la voz de su hermana lo devolvió a la realidad.
Y era precisamente esa clase de momento que más disfrutaba cuando se presentaba por primera vez en un lugar: los minutos previos, durante y luego de cantar. Había notado que la gente aplaudía al artista que acababa de cantar con mayor o menor entusiasmo ya que el público evaluaba la voz, la actitud y la canción. Luego de los aplausos el murmullo y el ruido de cubiertos volvían a escena hasta que el presentador anunciaba:
-Con tan solo 12 años, con una voz extraordinaria, tengo el honor de presentar a Facundo Vallejos, el Zorzalito de Gerli.
Algunos levantaban la mirada del plato para ver quién era el muchacho algo incrédulos de que pudiese cantar algún tango. Otros continuaban indiferentes. Pero todos por igual seguían conversando.
Facundo tomaba el micrófono, saludaba al público como muestra de sus buenos modales y le hacía señas al encargado del sonido para que comenzara a sonar la pista o le indicaba a los músicos que comenzaran a tocar (si es que las circunstancias se lo permitían). Al entonar las primeras estrofas el silencio lentamente se iba apoderando del público hasta imperar completamente. Al terminar la canción, el público estallaba en aplausos. Algunos de los presentes se ponían de pie y aclamaban otra canción. El Zorzalito miraba al presentador y si este aceptaba, cantaba otra pero el silencio reinaba desde el inicio de la música. Los aplausos se hacían más intensos con el segundo tango. Con una reverencia agradecía al público y abandonaba el micrófono en manos del presentador. Al descender del escenario le hacían señas de todas las mesas e intercambiaba tarjetas de presentación. Después de la ronda de saludos regresaba con su familia que lo recibía con besos y abrazos, el rostros de su hermana evidenciaba que había estado llorando al sentirse presa de la emoción al escucharlo cantar. La voz del presentador se escuchaba lejana y una nueva figura subía al escenario. A veces alguien se acercaba a la mesa de Facundo a preguntar el motivo del apodo. No hacía mucho que lo habían bautizado así y hacía menos que se había enterado de la razón. En realidad eran dos las razones: la primera es que cada día cantaba mejor, al igual que Carlos Gardel (el Zorzal) y la segunda es que tenía cierta picardía, cierto brillo especial en la mirada que hacía recordar al gran cantor de tango.
Y así sucedió esa noche también, siempre la misma secuencia.
Al finalizar el show, Facundo y su familia nuevamente utilizaron el colectivo para regresar a su casa. El reloj de la cocina marcaba las 4 de la mañana cuando finalmente apagaron las luces.
Ya en su cama el Zorzalito tuvo el sueño que se reiteraba noche tras noche: soñaba con sus presentaciones, el público estaba de pie y lo aplaudía vigorosamente. En ese mar de caras desconocidas resaltaba un rostro familiar de una muchacha. Él se acercaba para presentarse ,estaba a punto de oír su nombre…
-¡¡Basta, Facundo!!- Le gritó su hermana lanzándole una almohada por la cabeza.
Otra vez había estado cantando dormido, giró en su cama y con una sonrisa volvió al mundo onírico donde lo esperaba esa misteriosa muchacha.

Texto agregado el 01-08-2006, y leído por 286 visitantes. (0 votos)


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