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El mundo parecía acabar dentro del claustro que mis celos cerraban. Mis ojos buscaban dentro de mi cabeza la razón que me llevó a actuar así, de esa manera tan instintiva pero al mismo tiempo tan extraña, ilógica y distante.



Aquella mañana, una alegría casi entupida rondaba mi vida. Aunque el cielo era gris, algo me decía que el sol se acerca y aunque queme mis retinas en el éxtasis de admirarlo, vale la pena quedar ciego si lo ultimo que veo es tu brillo.



Todo era normal, múltiples voces se manifestaron alrededor de aquellos muros, que a pesar de amenazar mi claustrofobia, despedían fervor y esperanza para llevar mis débiles pasos por este día trágico, largo y definitivo. Planes, conocidos y eventos, todos juntos hacia un fin común pero indefinido.



Matices de risa, llanto, ira y soledad nos cubrían a nosotros. Tal vez era necesario golpearnos un poco con el destino, todo para levantarnos y darnos cuenta que somos soñadores inútiles ante un mundo que sangra realidad.



El destino, consejero infame al que hago responsable de mi sufrimiento, mi alegría y lo que paso ese día. Aquel libro que no se ha terminado de escribir; teniendo tantas almas redactando pedacitos, solo se puede llegar al caos o a un consenso pleno en un suicidio colectivo.



Todo parecía llegar a feliz término. Los nervios desaparecieron en una pequeña galaxia de objetos humanos donde aparecieron dos estrellas; una viva y una muerta, mi presente y mi pasado enfrentándose ante la majestuosidad con que los planetas giran en torno a nosotros; alimentándose de nuestra luz y sonriendo bajo el influjo de la felicidad ajena, olvidando por un instante la felicidad propia.



Tu soledad fue aparentemente asesinada por dos reflejos de tu propia divinidad, notoria para todos nosotros. Debí alegrarme como todos los demás, pero sentí como si el momento de reaccionar ya hubiera pasado y mi condena fuera renunciar en silencio a la gravedad de mi alma frente a la tuya.



Algún día creí sentir como nace el amor entre nuestras manos frías, cubiertas por la ilusión de nuestras lágrimas escondidas; pero aunque intente gritar lo que por ti sentía, aquel vació negaba mis voces haciendo largos aquellos pocos pasos entre tu y yo; llevando mi alma a la humilde resignación. Esa fue mi decisión.



Me sumergí en los recuerdos tratando de entender la trama que me llevo ahí. Este horrible oasis de autocompasión y estupidez. Olvide las razones que me habían dado energía para levantarme esa mañana y solo dedique mis últimas fuerzas en una vanagloria centrada en mi egoísmo.



El mundo parecía acabar dentro del claustro que mis celos cerraban. Mi mente trato de explicar lo que paso mediante vagas cifras que solamente muestran mi posición inclinada hacia ti. No dormí esa noche, porque aunque mis poros sudaban licor y mi cuerpo rogaba un descanso; no podía soportar la idea de traicionar mis propios sentimientos o negarme lo que siento por ti.

Texto agregado el 01-08-2006, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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