Ahora podía descansar sin sobresaltos, permanecía la mayor parte del día recostada y con los ojos cerrados, no existía la más mínima preocupación que ensombreciera su satisfacción constante,. Hacía ya siete años que renunciara a todo y a todos, siete años despejados, siete años de aislamiento. No contaba el tiempo, pero al verse reflejada en el agua no pudo ignorar que ya no era una niña, había crecido tal y como lo había hecho su jardín. Con frecuencia encontraba botones de flor que iniciaban nuevos ciclos, nunca había corrido por su mente el regreso, pero las dudas comenzaban a asaltarla, ¿habrían ordenado borrar su nombre de todo registro? para así borrar cualquier dolor. Podrían borrar su nombre, pero no sus recuerdos, entre ellos: su padre, ahora lo ve un poco distante, pero quiere contarle tantas cosas sobre su jardín, excento de animales, de necesidades nutricias, pero más impresionante que cualquier otro; y su madre, ella ya jamás la peinaría, jamás le contaría histórias de héroes y encantamientos, jamás la volvería a besar.
Tiempo después de su primer recuerdo del antiguo hogar, lloró, lloró tanto que quedó sin fuerza y durmió, sus lágrimas alcanzaron la tierra y dejaron una mancha negra. Sintió una gran culpa, acababa de arruinar la belleza de su jardín, intentó cubrila, pero la mancha aparecía una y otra vez, ahora cargaba con dos pesares, el abandono y la destrucción. Después de gritar una disculpa, corrió al rio y se sumergió en sus aguas hasta que perdió la vida. Al día siguiente donde se encontraba la mancha brotó una nueva flor, una flor azul que le indicaba que debía despertar. |