Nunca pensé que algún día vería tu nombre en gris, ese color cetrino que caracteriza a los que por diversas razones se van de de esta página. Acostumbrado a tus rebosantes azules, a tus risas y a tus gatos, pensé que tu existencia virtual tenía los inconfundibles visos de la inmortalidad. ¡Si se te veía tan cómoda, tan risueña, visitándonos a todos a cada momento, comentando y traveseando como sólo tú sabes hacerlo! Ahora, al recorrer mis cuentos, me penas con tus comentarios y apareces desvaída y fantasmal como si esa resolución por abandonarnos quisiera borrar del todo hasta tus más ínfimas huellas. Hoy me enteré de tu partida y me he quedado perplejo e incrédulo. Una acongojada amiga me ha dicho, con el corazón hecho jirones, que te fuiste como se van tantos seres de este mundo, agobiados por sus dudas existenciales. Lo tuyo fue incruento, casi al desgaire, una simple búsqueda en la fatídica sección y al pie, allí donde aguarda apacible la frase “Eliminar mi registro”, seguramente cavilaste un segundo como lo hace posiblemente el suicida y en esa última instancia, acaso desfilaron por tu cabeza todos quienes te hemos acompañado en estos años, todos los que por diferentes motivos se cruzaron contigo y pavimentaron un camino de amistosa ofrenda. Seguramente nos fuiste visualizando a pantallazos o quizás te detuviste en algunos detalles que despertaron tu melancolía. Mas, al final, decidida a autoinmolarte, apretaste el rectangulito aquel como quien aprieta el gatillo y eso te devolvió al otro mundo, al real, al de colores y olores, al de los encuentros y desencuentros, a la vida plena y desnuda. Me quedé perplejo y también me di a la tarea de rebobinar mis recuerdos hasta regresar a ese primer día en que te comenté algo y tú me devolviste la visita y después, entre juegos y risas nos desafiamos a escribir los cuentos más descabellados que se nos pudieran ocurrir. La virtualidad fue superada más tarde en un encuentro real, de abrazos y reconocimientos, compartimos, supimos que tras los apodos cibernéticos, existían dos seres con sueños e inquietudes, con problemas domésticos y con ilusiones cabalgando risueñas en nuestros pensamientos. Desde entonces hasta hoy, en que ya no existes en lo puntual, transcurrió un largo periplo de vivencias que nos regresan al punto en que volvemos a diluirnos físicamente. Leí parte de tu legado y supe que ese cariño que surgió entre nosotros, así como con el resto de los colegas más afines, es algo que sobrevivirá a la dolorosa instancia. Recordaré tus poemas, tus fábulas y tus odiosos sonetos rimados, recordaré tus toc toc a mi puerta virtual, tus risas virtuales y tus confidencias. La página será la misma pero, para quienes te conocimos, un tanto distinta. Cuando recordemos algún escrito, allí estará tu nombre en ese tono similar al sepia que nos indicará que te descorporizaste de ese apelativo y este se quedó estampado por doquier como un triste nombre en una lápida. No habrá misa de réquiem porque las despedidas en este medio son relativas, te echaré de menos, ya no te aparecerás en cualquier momento, ni sabré del derrotero que seguirán tus pasos. Decidiste escapar, desaparecer, transformarte en una sombra. Y eso lo respetaré sólo porque, mientras más imperceptible te hagas en esta página, más potente te harás en la vida real, la desnuda, la de los dolores lacerantes y de las alegrías plenas. Y si es sólo por eso, bienvenida sea tu decisión. Al fin y al cabo, la vida es sólo otro cuento y allí todos somos mejores o peores protagonistas…
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