Se levantó del charco que formaba su propia sangre en el piso; escupió dientes y rabia. El miedo se hizo palpable, casi podía olerse. Lo comprendió todo. En ese instante. Un destello, casi una imagen...
Él es un músico de Jazz. El mundo no es más que la transfiguración de sus miedos, sus canciones, sus amantes. Una cama sudorosa en Paris, un concierto en Nueva York, un solo de su saxofón sobre el Mississippi, una luna llena sobre Memphis. Un revolver humeante.
Él a veces olvida su nombre y tiene que encontrarlo en sus amantes pasajeras que lo gimen en sus oídos entrecortadamente. A veces olvida sus canciones y tiene que improvisar por horas en un concierto nostálgico. Él a veces olvida vivir y alguien tiene que dispararle en el pecho para que la sangre tenga sentido.
Afuera llueve y se hace pedazos contra el cristal. Los goterones luchan por ser escuchados y el concierto se convierte en algo pastoso en tus oídos. Te sumerges en caricias sonoras, casi sensuales te parecen los sonidos que te embargan. Pero recuerdas la carnicería de la noche pasada. Recuerdas las pistolas, el fuego, su rostro, sus besos, toda ella.
Él nació hace 42 años en una casucha en el camino a Fulton’s Point. Se crió escuchando jazz, disparos y a su padre golpeándolo. Bebe desde que tiene memoria. Y no recuerda muy bien cuando aprendió a tocar el saxofón. Pero lo hace muy bien según los críticos. Esos blancos estúpidos que no entienden mi música, pero nena, tu eres diferente, tu entiendes mi corazón que teme morir, que desea morir, porque cuando toco al pequeño Johnny es como cuando te hago el amor; cada vez más dolor, más profundo, más solitario, más cerca de la muerte.
Las fuerzas solo le alcanzaron para sentarse sobre el piso. Estaba mareado y la boca le sabía a bilis. La sangre se le escapaba por el estomago junto con la vida, lentamente. Con cada respirar. No estaba seguro, pero creía que eran los hombres de Carter. El negocio estaba hecho. La policía lo encontraría muerto y lo culparía. Todos quedaban limpios, incluso tu.
A ti te conocí cuando Carter me contrato para un concierto en Los Ángeles, demasiado sol, pensé, demasiado dinero, me dijeron. Era una tontería como tu cumpleaños o el de él. Era una tontería que me fastidiaba y me prostituía tocando para esos cabrones que no me escuchaban. Que solo veían a otro negro tocar saxofón. Y cuando estaba a punto de tirar la toalla y mandarlos al infierno con su fiesta de ricos, apareciste.
Apenas si y recuerda tu nombre. Solo ve tu rostro mientras se desmaya y vuelve a caer. El piso esta cálido de sangre fresca. Las sirenas se escuchan de fondo, subiendo por las colinas. Pronto llegara. Te meterán en una bolsa negra como tu piel, te cerraran los ojos y nadie llorara. Ni siquiera ella. Ni siquiera Carter se molestara en limpiar el camino. No le importas a nadie. Solo eres un músico de Jazz.
Después de la fiesta, cuando te diste cuenta que todo el viento tenia tu nombre, me buscaste. Me encontrase desnudo en muchas camas junto a ti. Resucitando de músicas melancólicas y suicidas. Volviendo a vivir lentamente con cada pedazo de ti. Hasta que Carter te utilizo. Quería que yo lavara su dinero. Quería usarme. Quería usarte.
Despertó asustado. Los policías aun no llegaban, pero las sirenas ya no se escuchaban. Quizás estaban abajo. Esperando para subir. O quizás nadie había llamado a la policía. Solo habían sido dos disparos. Un negro. Nadie vio a la rubia o al tipo gordo salir. Y ni siquiera puedes gritar.
Le hice caso a Carter. No quería que te hiciera daño. Le seguí el juego durante demasiado tiempo. No valió tu cuerpo. No valió el alcohol o la rabia. Solo quería escapar de nuevo. Te lo dije, te pedí que te fueras conmigo. Uno de los gorilas de Carter llegó y tuve que matarlo. Quería alejarte. Quería sacarte de mí. Y no podía dejarlo, tu me entiendes nena, verdad?, tu entiendes porque lo hice, nena?
Morirás de sed. Ya anochece y la lluvia se ha detenido. Nadie ha venido por ti. En dos o tres días los vecinos reportaran el olor. Te sacaran con la carne podrida. Esa carne que conoció tantas mujeres y placeres se convertirá en polvo. En nada. En silencio.
Pero me traicionaste. Llamaste a Carter y le dijiste donde nos escondíamos. Me mentiste. Me metiste en la cama para distraerme. Dejaste la puerta abierta. Tu me mataste. No Carter y su .38; no fueron las balas, ni la sangre que se me escapa. Fuiste tu. Tu hermosa y deliciosa lengua. Tu blanco y filoso cuerpo. Tus mentiras.
Y ya no queda nada. Estoy muerto. En este hotel de segunda. En un charco de sangre negra como mi piel. Y el silencio ahoga la habitación. La música ya no esta. El Jazz se me escapó de la garganta. Como tu ya nada es música. Solo el silencio. |