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Inicio / Cuenteros Locales / kucho / NUNCA PODRAS SABERLO(CAPITULO DOS)

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Pero tal vez no tan tardío, todo a su tiempo, porque ¿cómo podría yo haber estado más cerca de ti hace treinta años?, reconócelo, Antonia, pues por mucho que tú tengas el corazón que yo conozco, o que creo conocer, piénsate hace treinta años, treinta y uno, para ser más exactos, con tus veintidós añitos revolucionarios, frente a un pendejo fascista de dieciocho, el único verdadero y auténtico facho que jamás pisó la escuela de arquitectura de la Universidad de Chile, sede Valparaíso, y que, sin embargo, te miraba con ojos clandestinos pero enamorados, y el Vitucho, al menos, es testigo, en cada rincón de la escuela, y que se acercaba a ti cuanto tu ceguera lo permitía (tu ceguera de mí, claro está, porque tus ojos brillaban para tantos otros, pero no para mí, Antonia, no para mí), y que mucho después, muchos años después, cuando volviste a Chile, después de no sé cuantos años de exilio en Canadá, aún seguí manteniendo esa distancia, no sé por qué, timidez, miedo, inseguridad, convicción de lo imposible, y así me mantuve aún algunos años más, aunque mi matrimonio ya zozobraba, hacía agua a borbotones, pero yo no soñaba ya nada para mí, y menos en tí, y te ví el día en que te titulaste, yo nunca iba a las ceremonias de titulación en la escuela, yo ya era profesor por esos años, pero aún no iba a las ceremonias de titulación, pues aún no se titulaban los que alguna vez habían sido mis alumnos, esa fue la primera vez, porque supe que eras tú, claro, entre otros, pero eras tú, y ese día estuve allí, detrás de ti, siempre, como siempre, inexistente, invisible, y tú estabas con Alfonso y tus niños, y eras el símbolo de lo infinitamente inalcanzable, ahí estabas, sonriente y emocionada, y bella, por supuesto, y yo detrás de ti, a un metro, dos como mucho, pero inexistente. Años después supe que Lucho, Jean Pierre y otros te celebraron ese día con una comida, o algo así, a la que, por supuesto, no me invitaron, porque también para ellos yo era inexistente, y ahora me dicen "puchas, Cuchito, hubiéramos sabido”, pero no sabían, no sé lo que no sabían, seguramente que yo te amaba ya por entonces, mucho antes, treinta años, pero no sabían, y no me invitaron.

Antes, poco antes, te vi un par de veces en la escuela, mientras hacías tu proyecto de título, con esa tenacidad y ese orgullo tan tuyos, a pesar de tantas dificultades: que viajar desde Santiago, que los niños que aún eran chicos, pero diste la pelea y te titulaste, con tus láminas anticuadas de papel kraft y adornadas con papel lustre, según me contaron años después, y cuando me lo contaron sonreí con ternura, porque eso me hablaba de tu lealtad con el pasado, con tu escuela, con tu época, y eso hablaba en el mismo idioma de tu reloj despertador Bulova, de todos tus objetos cuidadosamente conservados, de tu lealtad con tu pasado, con tus amigos, con tu asistencia casi ritual a los almuerzos del centro de ex alumnos, tu prodigarte con todos (menos conmigo, claro, aún seguí invisible por mucho tiempo) tu seguir con el carrete de trasnoche, aunque eso no significara más que ser leal, tanto como para que yo pensara, secretamente por supuesto, que tu lema era el mismo que el de las SS hitlerianas: “Mi honor se llama lealtad”, lo que te habría caído pésimo, pero que retrataba mejor que nada ese extraordinario sentido de la lealtad tuyo, y claro que era por pura lealtad, porque, luego de años en que yo no participé de ese carrete, cuando por fin lo hice me di cuenta que lo tuyo era un acto solidario de lealtad, porque entre tu agua mineral y tu compostura poco era lo que podías compartir con la tropa de beodos que contigo iba, ni siquiera una conversación grata sobre los viejos tiempos, porque entre el ruido y el humo de los cigarrillos, las botellas rápidamente vaciadas y las chorrillanas en el Cinzano poco puede haber sido el disfrute de esas noches para ti, que le tienes verdadero horror y rechazo a esas cosas, pero era tu lealtad, tu solidaridad con tus compañeros, con el pasado, pero también contigo misma, lo que te hacía seguirlos en esas jornadas que, a veces, se prolongaban hasta el alba. O como cuando, por propia iniciativa, fuiste a ese pandemonium que debe haber sido el velatorio del “Gato” Alquinta, para llevar unas flores, porque también el “Gato”, y el Mario Mutis, y los Jaivas, representaban ese pasado, ese pasado del que yo formaba parte, pero no para ti, pues yo era el invisible, el inexistente, el marginado, a un metro de ti, pero tan lejos de ti que los miles de kilómetros que luego nos separarían, cuando te fuiste a Canadá, parecerían pocos comparados con esos pocos metros que era la distancia desde la que yo te contemplaba, pensando, como recordaba el Vitucho “¿porqué será tan linda y estará al otro lado?”.

En fin, tu lealtad, expresada en tantos gestos en los que querías reconocerte y encontrarte con tu pasado, aún a riesgo de no parecer la princesa que siempre has sido y que no dejaste de ser ni en los años de lucha política. Sí, y no te rías avergonzada, porque de tu linaje sabes, secretamente, y conmigo, que no tengo los prejuicios que tiene, o tenía tu gente, aunque pueda tener otros, no puedes disimular, ni lo has intentado, a la princesa Sarowska, mi princesa polaca, a esa princesa que todos, o casi todos, adivinan o intuyen en ti, y digo casi todos porque hubo uno que no lo adivinó, y que no se comportó como debía ante una princesa, y ese uno recibió su merecido, como dirían en las novelas, y el destino, otra palabra altisonante, pero que, en este caso, a mí me parece adecuada, hizo que yo estuviera ahí para ser el que de tres puñetazos, de los pocos que he pegado en mi vida sin duda los mejores, le hiciera ver cómo había que comportarse frente a una princesa, polaca además, y mirista, por añadidura, y fue ese mismísimo destino el que hizo que aquel que no fue capaz de reconocer tu linaje fuera un pinochetista estúpido que no sabía quién eras tú, de ahí que esos puñetazos fueran aún más significativos, porque en medio de tanto mirista o ex mirista o qué sé yo que estaba ese día ahí, en el almuerzo del centro de ex alumnos de la escuela, fuera precisamente yo, el facho, el que tenía que salir a velar por el honor herido de la princesa mirista, ¿no te parece demasiado, Antonia?, pues yo sé que muchos habrían querido haber dado esos golpes, con más mérito y con más causa que yo, aparentemente, pero fui yo, fui yo, y te juro que no he pegado combos más lindos, más verdaderos, en toda mi vida. Y tú ni siquiera estabas ahí para verlos, nunca lo había pensado hasta ahora que escribo esto, pero esos combos tú no los viste, te contaron después de ellos, pero no los viste, y lo que te contaron, no sé, a lo mejor no hacía de mí el protagonista, y yo, sin tener conciencia de ello, de que a lo mejor tú no me asociabas centralmente con esa pelea de la que sabías de oídas, pero que no habías visto, te llamé para disculparme por ese abrupto y violento fin de almuerzo, pues ahí terminó todo, toda la gente saliendo precipitadamente del Club Alemán, y luego con dos o tres a tomar algo por ahí cerca, a comentar lo sucedido, yo ya sintiendo un poco el peso de lo que había hecho, pero no en relación a ti, pues sentía que no podría haber actuado de otro modo, sino en relación al futuro del centro, algo tan fuera de lugar como una vulgar pelea a combos en un grupo que se había caracterizado en los pocos años que llevaba funcionando por la fraternidad, y justo tenía que ser yo el que rompiera esa fraternidad a punta de combos, pero no, me tranquilizaron, está bien, no se te ocurra renunciar, pero yo no estaba seguro y sentía un peso en el espíritu, y no le podía echar la culpa al trago, porque yo estaba bueno y sano, y más aún, dentro de mí yo sentía una gran satisfacción, y ni siquiera una satisfacción ocultamente culposa, sino algo como el inicio de esa tranquilidad que me empezó a invadir desde que empecé a salir contigo, a tomarme un café contigo, cuando iba a Santiago, y que me llevó a suspender, de un día para otro, esa brutalidad de las pastillas, del Lexotanil, del Ravotril, verdaderos elixires de la felicidad que yo llevaba consumiendo por años, para soltarme cada día la corbata de la angustia y de la depresión, no sé, tal vez diez años tomando pastillas, no puedes dejarlas de un día para otro, me había dicho el siquiatra, pero yo las dejé sin transición, y nada me pasó, nada más que abrirme un enorme espacio en el pecho para dar cabida a esa tranquilidad, a esa paz, a esa felicidad, por qué no decirlo ya con todas sus letras, que he conocido al lado tuyo, parece raro escribirlo y pretender que en el mundo de hoy eso sea posible, y creíble, y más cuando pienso que todo lo que trajo como consecuencia, para mí y para ti, no siempre fue feliz ni agradable, y que ambos, desde entonces, hemos vivido, cada uno por su lado, pero también juntos, momentos muy difíciles, pero sí, es así, nunca estuve mejor en mi vida que desde entonces, ya desde esa misma noche de la ya lejana pelea, creo que nunca me había sentido tan bien en mi vida, aunque no me guste estar solo, aunque eche de menos a mis hijos, aunque no me guste acostarme todas las noches solo, aunque las sopas-para-uno ya sean una costumbre para mí, aunque a veces me falte la ropa limpia, aunque nunca haya vuelto a tener la ropa bien planchada, aunque deteste ese baño incómodo del departamento arrendado en el que vivo, aunque ahora daría la mitad de mi vida (es una manera de decir) por un plato de lentejas caseras, aunque lo que más odie en la vida sea lavar platos y hacer la cama. (CONTINUARA)

Texto agregado el 31-07-2006, y leído por 358 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
31-10-2006 ¿Sabes?, me sacastes lágrimas, qu alma la tuya, yo pensaba que al leer mi poesía románticona lo hacías de buena gente(no es que tenga baja estima, no), pero no te visualizaba con esa carga hermosa emotiva, me has impactado agradablemente, lo leí tan cómoda, así como viendo una película, al final de todo, el ala manda, el amor es sin duda la expresión más sublime que el ser humano tenga como herencia***** BajoCero
01-10-2006 Bueno, leí el primero hace algún tiempo, es como el primer capítulo, se siente la sinceridad llevada al extremo. Te sigo leyendo. loretopaz
13-09-2006 Estoy de acuerdo con Totot. Esta mujer, las letras, la ideología, te tranformo y tu te fundiste con ella (el personaje), vovlviendote alguien que va atrás 30 años. 5* regina_mojadita
09-09-2006 magnífica narración que atrapa y no suelta***** totot
05-09-2006 Kucho amigo, nunca me habia encontrado con un patria y libertad que piense tanto, salvo cuando ven que están en el lado equivocado, y pasa, buen capitulo, se pone interesante, la princesa hade haber sido muy hermosa.****** curiche
24-08-2006 Muy bueno y amenos tus dos párrafos compactos, de desbordantes descripciones ***** SorGalim
16-08-2006 La historia sale a borbotones, y no hay quien la pare... Muy bueno kucho!!! elnegropablo
12-08-2006 Menos mal que no fui a esa reunión de “fraternidad”. Más bien hubiera querido ver ese fraternal puñetazo en los labios de un pinochetista sin pasar por el suplicio de comer un a chorrillana ¡Y después me dices que te cargo por decir que eres solemne! ¿No hay algo más SOLEMNE que un enfático puñazo en la dentadura de un pinochetista para salvar el honor de la dama agraviada por un comentario indecoroso? ¡Sálvenos dios de la ira de caballero tan enamorado! ¡Pero que manera màs intensa de amar! El relato me conmueve. Voy por màs. BenHur
05-08-2006 Una hermosa historia de amor. Bien redactada... llegaste a expresar el sentimiento de no existir para Antonieta , un ser idealizado e inalcanzable. Es un relato tierno, hasta inocente... Editá pronto la continuación... tego ganas de seguir leyendo ... Un abrazo a la princesa polaca y otro para vos. Lili lilianazwe
02-08-2006 ansió saber el final me encantó ese amor que duró tantos años elidaros
01-08-2006 se lee tan honesto esto... que se desborda en la realidad... esta muy bien relatado, pero mas que eso, llega... porque hay una vulnerabilidad muy linda en las letras... mucho sentimiento. me gusto mucho. espero con ansias la continuacion. 5* aruald
 
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