Ermitaño tercer mundo

Jehová acababa de llegar al nuevo mundo, el tercero. Las señales se habían sucedido con frecuencia, anegándolo de injurias. Esos seres impíos, a la vez incapaces de creer en ellos mismos, acabando con su propio suelo. Y aquel primer mundo, el de Noé, a quien salvó por ser un partidario de la justicia, también maltratado por la misma especie de humanos. Y ya todo ha acabado, por eso es que ha venido gobernar como rey celestial este nuevo mundo.
Las naciones se levantaron una contra otra, Estados Unidos de América contra Oriente, con la finalidad de acabar con el terrorismo, pero a la vez intereses económicos en medio. Derrochando millones de dólares en armas de fuego, derribando los cuerpos inocentes de hombres indiferentes. Impropios aquellos que al disparar derramen lágrimas de pudor, al tiempo en que una mujer envuelta en sábanas, con nada más que sus ojos al descubierto, le dice a sus hijos que papá no volverá hasta quien sabe cuando.
La escasez de alimento, especialmente en países subdesarrollados, países carentes de la tecnología, atrasados por siglos. África o la India, en donde la población de niños desnutridos se incrementa con la natalidad. Y pensar que países ricos como Argentina sufren de lo mismo, pero esto a causa de los gobernantes, de la mala administración, de la repartición de bienes, de la desigualdad de condiciones, de la honestidad.
Las nuevas pestes asechando la salud, enfermedades cardíacas, cáncer, SIDA, mutaciones genéticas. Imprudencia. Todas provenientes de nuevas guerras.
Los terremotos, en los cuales millones de personas mueren por su causa, en 1976 en China fueron 240.000, en Japón en 1923 fueron 99.300, etc.
La violencia y el crimen. El tan solo hecho de salir a la calle implica arriesgar la vida sea día o noche. Las balas perdidas, los suicidas, los concientes.
Pero aquellos que cumplieron con la voluntad de Dios sobrevivieron, y podrán vivir en este nuevo mundo y disfrutar eternamente de las bendiciones, en un mundo donde no habrá lágrimas en los ojos, ni dolor, ni clamor, ni muerte, ni lamentos.
Y cuando Jehová, alzando los brazos para dar la bienvenida a los fieles reconocidos, se dio cuanta de que los fieles y pecadores eran los mismos, pues en este valle de árboles frutales y cascadas de agua clara solo abunda un vacío, y una voraz e inmortal víbora.