Sonó el despertador. Las 8:30 am. Guille remoloneó un poco en la cama hasta que al final se desperezó y se puso en pie, dispuesto a un nuevo día de cole. Bajó pesadamente las escaleras que lo llevarían hasta la cocina, donde aguardaban sus padres.
Papá leía el periódico, ignorando el suculento desayuno.
Mamá le miraba con ojos legañosos. Le sonrió y le dijo con voz dulce:
- ¡Por la mañana, siempre siempre Buenos días! ¿Qué tal has dormido “hombrecito”?
Guille se sorprendió. Mamá se había tomado en serio lo que la había dicho ayer antes de acostarse; eso de “mamá ya soy mayor, ponme el despertador que yo me levanto solo”. Y así había sido. Y es que, 8 años ya eran toda una edad.
- Mamá, ¿dónde están mis crispies?
- Donde siempre cariño, en la estantería de la alacena
PÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ. ¡Dios mío, qué sonido más estridente tiene el timbre a estas horas de la mañana! pensó Guille; aunque en realidad era un pensamiento común.
Mamá se disponía a ir a ver quién era cuando papá la dijo que no se preocupara, que ya iba él, que seguro que era algún repartidor de la empresa que le traía los informes que debía rellenar para hoy. Porque papá trabajaba en casa, como los grandes.
Así fue como todo se precipitó. Papá abrió la puerta, dispuesto a recoger la entrega cuando un sonido atronador rebotó por todas las paredes de la casa. ¡¿Qué había sido eso?! Pensaba Guille mientras giraba rápidamente su cabeza en dirección a la puerta; se encontró a su padre lleno se sangre, tendido en la alfombra del recibidor. Se quedó paralizado mientras veía cómo mamá sujetaba a papá la cabeza, y le decía que lo quería y que aguantara un poco más; mamá le estaba quitando el reloj a papá, lo miraba entre lágrimas, separando rápidamente el botón de las manecillas y…
¡Cocky, cocky, cocky, tú eres el rey del corral! Chillaba el despertador. Las 8:30 am. Guille remoloneó un poco en la cama hasta que al final se desperezó y se puso en pie, dispuesto a un nuevo día de cole. Había tenido un sueño extraño, no le dio importancia. Bajó pesadamente las escaleras que lo llevarían hasta la cocina, donde aguardaban sus padres.
Papá leía el periódico, ignorando el suculento desayuno.
Mamá le miraba con ojos legañosos. Le sonrió y le dijo con voz dulce:
- ¡Por la mañana, siempre siempre Buenos días! ¿Qué tal has dormido “hombrecito”?
¿Era cosa suya o esto ya lo había vivido antes?
- Mamá, ¿dónde están mis crispies?
- Donde siempre cariño, en la estantería de la alacena
Y ahora sonaría el timb…PÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ
- ¡NOOOOOOOOOOOOOOO! – gritó Guille a pleno pulmón.
- Tranquilo hijo – dijo su padre sorprendido, pero sin dejar de mirar el periódico – Hoy no trabajo, pedí el día libre para poder llevarte al cole y hablar con tu tutora. Probablemente será el cartero comercial. ¿esperas carta? Si es así, abriré – esta vez, papá sí quitó los ojos de las hojas rosas de “economía”.
- No, no. Mejor no abras – Guille casi no podía hablar, su corazón iba demasiado deprisa, le faltaba el aliento.
Terminó de desayunar. Subió a su habitación. Se lavó los dientes y la cara. Se peinó y se vistió. Papá ya estaba preparado, con las llaves del coche en la mano.
Besito de mamá.
Tomaron la puerta del garaje, se montaron en el coche. El cinturón de seguridad que no se olvide y…rumbo al cole.
Guille no paraba de pensar: ¿Y si el sueño era real? ¿Y si papá hubiera abierto la puerta? No vale la pena pensarlo más, ha sido todo una pe-sa-di-lla.
Hoy papá cumple 50 años. Guille tiene ganas de darle su regalo: una maqueta de un R5 que papá deseaba desde hace un par de meses, decía que fue su primer coche y que, aunque ya no lo fabricaban, él se volvería a comprar otro igual. ¡Qué tiempos aquellos solía decir!
Comida familiar. Toda la familia al completo y todo lo que ello acarreaba: preguntas y más preguntas:
- Guille, ¿qué carrera vas a hacer al final? ¿medicina? – dijo la Tia Mamen
- Sí – fue toda la respuesta
Desde aquel espantoso sueño que tuviera hace más de 10 años quería ser médico, para saber qué hacer, para salvar a papá de esas cosas espantosas.
La velada continuó hasta bien entrada la tarde. Una vez desaparecieron de casa Guille dio el regalo a su padre.
Papá no pudo contener las lágrimas.
- Gracias cielo. Siempre me ha gustado ese coche
- Un placer papá, un placer.
Se fundieron en un abrazo eterno. Mamá miraba ilusionada e hizo un gesto a papá. Guille no entendía.
- Hijo, ahora que he cumplido los 50, tengo la obligación de contarte un secreto que he guardado celosamente desde hace mucho mucho tiempo
Guille asintió.
- ¿Alguna vez te ha ocurrido el no saber discernir la realidad del sueño? ¿creer que algo ya lo has vivido? ¿Qué ya sabes qué, cómo y dónde ocurrá algo? ¿Qué…
Guille ya no escuchaba. ¡Claro que sí! ¿cómo no iba a ocurrirle? Fue precisamente ese hecho el que marcó su vida, el que le había hecho ser tan cuidadoso, el que le había desarrollado un sexto sentido para el peligro
- Bien, pues … ¿Ves este reloj?
- Sí, lo llevas desde siempre – dijo Guille
- Pues, escucha bien. Es una herencia de tu abuelo, que a su vez se lo dio su padre y que ha ido pasando de generación en generación. Ahora me ha llegado la hora de dártelo, pero has de saber una cosa antes de recibirlo
- Díme entonces
- Tiene un poder especial.
Papá hizo una gran pausa. Guille no podía más con la intriga.
- Es capaz de alterar el tiempo. Sólo puede retroceder un día y sólo una-vez-en-la-vida. ¿Lo has entendido?
Guille asintió, en señal de aquiescencia.
- Bien. Una cosa más. Sólo puedes usarlo para cambiar algo por los demás, nunca para obtener beneficio propio. Nunca sólo por ti mismo.
- Entonces…
- Sí, aquel día, hace más de 10 años, lo que viviste fue real. Ese día yo iba a morir asesinado por un cliente al que había arruinado en la bolsa. ¿Te acuerdas de lo que ocurría?
- S..Shh…Sí – logró articular – pero…mamá era la que retrocedía el reloj, no tú.
- Mamá sabe las propiedades del reloj, lo hizo por ti
- ¿por mí? Pero tú eras el que estaba herido, fue egoísta, para salvar tu vida
- No hijo. Fue para que disfrutase del verte crecer, de hacerte un hombre y de ver en qué te convertías. Mi padre perdió todo su dinero en una apuesta. Repitió el día para evitar que su familia no saliera adelante, por eso yo soy economista. ¿Lo entiendes ahora?
- Sí.
- Deberás cederle esta herencia a tu descendencia, cuando cumplas los 50; mientras será un secreto. No te preocupes, sabrás cuándo deberás usarlo.
Guille, en la soledad de su habitación, con su nueva herencia ya cobrada, recapacitó acerca de este enorme legado y se dijo para sí: “Ahora sé que son los déjà vues”.
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