Estar con tu perro, aburrido en tu casa, no siempre es algo agradable, sobre todo si no sabes qué es lo que quieres… Pasear solo por la calle es algo mentalmente refrescable. Cuando lo hago, acostumbro salir con algo de dinero. Comprarme cosas que puedan entusiasmarme, sorprenderme. Podría ser un libro de una buena edición, un par de lindos zapatos… ¿por qué no?, una cena en un elegante restaurante ¡¿Por qué no?! Nunca imaginé que en aquel paseo, todo resultara conveniente, para todos por cierto.
En mi camino, mientras cruzaba la acera, vislumbré una coqueta cafetería. Iba hacia ella cuando tropecé con un anciano, cayendo este al piso. Lo tomé por los hombros, lo levanté y le di mis disculpas. Y cuando estaba alejándome, escuché la voz del viejo pronunciar mi nombre. Me detuve. Volteé para verle y en un instante estuvo a mi lado. Preguntó por mis padres, hermanas, sobrinos, amigos, por todos. Ante esto, le pregunté de dónde nos conocíamos pues no lo recordaba. Este sonrió con sarcasmo, y entre sofocones, y algo de nerviosismo, me dijo que era mi abuelo. Pero, si mi abuelo murió cuando tenía cuatro años, le dije contrariado. Volvió a sonreír como antes, y me dijo que eso era verdad... Quedé callado, pensado en no sé qué cosas. En las almas, en la muerte, en algún extraño poder para percibir a los muertos, en tantas cosas pensaba. De pronto, mi difunto abuelo me dijo que no pensara demasiado, que todo estaba bien, y si yo le podía percibir era porque él lo permitía, además que, él deseaba que le hiciera un gran favor. ¿Un favor?, pregunté. Sí, me dijo. Me explicó que su muerte fue bastante singular. Todos lo juzgaban por muerto pero él no murió como cuenta la familia, sino que perdió la conciencia luego de un accidente de auto y que su cuerpo cayó hacia un río, y luego, nada… Sentía que navegaba en algo así como océanos de neblinas sombrías y ecos muy lejanos, al lado de cuerpos que flotaban como pedazos de ropa flotando como cometas. Y cuando volvió en sí, echado en una casa de ancianos, se miró a sí mismo, se sintió completo, se preguntó por todo y se vio perdido en un lugar desconocido. Estoy vivo, se dijo. Se paró sin que nadie se diera cuenta y salió de aquella casa de ancianos. Robó unas monedas de aquella casa y viajó en la búsqueda de su familia. Cuando llegó a su casa la encontró con otras personas. Preguntó por su esposa, hijos, pero nadie le dio razón, tan solo le contaron que hacía muchos años que aquella familia se había ido, desde la muerte del abuelo. Allí entendió que estaba muerto para toda la gente que amaba. Lo tomó con calma, y su puso a pensar en comenzar todo de nuevo. Se fue lejos de la ciudad. Me contó que viajó por todas partes del mundo. Y había vivido de todo, lo suficiente para entender que todo era lo mismo, y si existe algo que valiera la pena, esa era la familia. Para esto ya habían pasado mas de veinte años y cuando volvió a la ciudad se dio cuenta de que casi toda su familia había fallecido, y que yo era el último de los que vivían. Y justo iba a buscarme hasta encontrarme en la entrada de esta coqueta cafetería. O sea que no estás muerto, le dije. Solamente en los papeles, respondió. Le pregunté si deseaba vivir en la casa. Dijo que bueno. Y así fue como tuve una compañía, mi abuelo, un hombre de cerca de cien años de edad, sin embargo, poseedor de una fabulosa salud. Yo tenía cerca de cuarenta años, y desde aquella fecha viví con mi abuelo. A todo el que llegaba a la casa, le decía que era mi abuelo. Fue notable desde que vivimos juntos, porque por las noches conversábamos hasta muy de amanecida. Fue como una madre pues me preparaba el alimento y la ropa. Era una cálida compañía. Una noche le pregunté el cómo se conservaba tan bien. No dudó en responder, me dijo que hacia las tres cosas importantes. Comer a las horas, dormir a sus horas y caminar las horas necesarias. ¿Nada mas?, pregunté. Sonrió, y me dijo que había algo más pero era demasiado personal como para que alguien más lo hiciera. No todo lo bueno para uno es bueno para los demás. Le entendí. Una noche en que entré a su cuarto le vi sentado en posición de loto, así como los budas. Me quedé como quien ve algo intimo y salí de su cuarto en silencio. Toda la noche me preguntaba en lo que significaba eso. A la mañana siguiente le pregunté qué era eso de sentarse como un buda. Me dijo que meditaba desde hacía más de treinta años. ¿Qué es eso?, pregunté. Es como rezar, pero, rezar en silencio, contemplando algo sagrado que reside en nuestro interior. Mientras me hablaba de esto observé que sus ojos brillaban, y el aire se purificaba. Le pedí que me enseñara a hacer eso. No puedo, dijo, tan solo un maestro puede. Le pregunté por ese maestro, y me dijo que le iba a comunicar acerca de mi curiosidad. No pasó muchos días cuando me llamó a su cuarto y me explicó acerca de esto. Me dio una dirección. Fui, era una casa agradable, algo cerca de donde vivía. Toqué la puerta y salieron dos chicos. Me preguntaron qué era lo que deseaba. Se los dije. Llamaron a su padre y le dije si el era el maestro de mi abuelo. Sí, soy yo. Me gustaría que me informe acerca de eso, por favor, le pedí. Está bien, me dijo, ¿para qué lo deseas?, preguntó. No lo sé, le dije, simplemente me gustaría saber qué es eso que hace sentir a mi abuelo tan bien. Sonrió muy lindo, casi era la misma sonrisa de mi abuelo, de pronto, sentí que era mi abuelo, o, algo por el estilo… Ten, me dijo, mostrándome una caja de madera. Ábrela cuando llegues a tu casa. Gracias, le dije. Me fui a mi casa pero no pude resistir la tentación y abrí la cajita de madera. Fue extraño pues no encontré más que otra cajita más pequeña. La abrí, y lo mismo. Fui hacia mi casa, entré a mi cuarto sin que se diera cuenta mi abuelo y abrí nuevamente la caja. La abrí y la abrí y siempre encontraba una cajita más y más pequeñas hasta que ya era imposible de abrirla. Me acosté pensado en la cajita, mi abuelo, el señor de la cálida sonrisa y además tuve sueños de abundancia, es decir que mi vida cambiaba de estado económico. Cuando desperté, le conté a mi abuelo lo del señor y las cajitas. Este se rió, y me pidió que la vida era como eso, siempre hay algo detrás de todas las cosas, siempre hay algo desconocido tras la caparazón de las cosas, como esta realidad que aparentemente es de carne, sangre, huesos, pensamientos, pero, siempre hay algo tras de todo. Esa caja es una metáfora. Le entendí. Fui al día siguiente a la casa de este señor y le devolví la cajita de madera. Gracias, me dijo. Ya estaba por irme cuando me pidió si podía tomar una taza de té conmigo. Sí, con gusto, le dije. Nos sentamos y nos sirvieron nuestro té. Extrañamente no hablábamos, yo sí quería pero el señor miraba su taza de té, nada más… Todo siguió igual hasta que terminamos. Se paró y me invitó a venir otro día. Ya estaba saliendo cuando me entregó unas bolsitas de té. Gracias, le dije. Llegué a mi casa y me serví el té. Me senté en mi cuarto cuando vi que en el humo del té salían como aires perfumados, algo agradable. Me gustó y me lo tomé todo. Me acosté y tuve sueños lindos. Al día siguiente fui a la casa del señor pero este había salido, me dijeron que no vendría en uno o más años… Está bien, les dije. Volví a mi casa con un sentimiento lindo, como si algo de mí se hubiera ido, ese malestar, pesimismo, no sé… Lo cierto fue que cuando llegué a mi casa fui a saludar como siempre a mi abuelo pero este había abandonado este mundo. Lo enterré con toda la familia. Imaginé que eso le iba a gustar. Retorné a mi casa y cuando entré sentí que el viejo aún estaba sentado como un buda en su cuarto. Hasta mañana, le dije a ese sentimiento mío. Luego, me acosté. Han pasado muchos años y no hubo día, semana, mes, año en que fuera donde este señor, pero nunca lo encontré. Les pregunté por su dirección, pero dijeron que este cambiaba constantemente de dirección. Llegó el punto en que no fui más y seguí con mi vida normal, pero siempre con la extraña presencia de mi abuelo en su cuarto, sentado como un buda… Lo extraño de todo es que siempre me siento en una silla de su cuarto y le converso, y, extrañamente, siento que me escucha. Esto no sería más que una historia aburrida y normal, pero, como todo final, tiene uno de esos finales impredecibles… Estaba caminando hacia un parque cuando vi a un anciano sentado en una banca. Me senté en la misma banca y este me saludó por mi nombre. Le devolví el saludo, pero no me detuve hasta llegar al restaurante que me seducía por lo acogedor que se veía… Entré y pedí una taza de té, y cuando le tomaba vi al señor sentado frente a mí. Sígueme, me dijo. Pagué la cuenta y le seguí. Fuimos a su casa, no me habló una palabra y me pidió que me sentara como mi abuelo. Me senté, apagaron las luces y este tocó mi cabeza, luego, nunca mas he vuelto a sentir esa soledad que ahogaba mi vida, mas bien, me sentí como acompañado, tranquilo y feliz… Cuando alguien me pregunta por qué sonrío, les digo la verdad: estoy feliz…
San isidro, julio de 2006
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