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*Son RELATOS:
“De tarde en tarde alguna ráfaga
hacía circular sobre el paisaje
jirones dormidos de bruma”.

Knut Hamsum.



¿DÓNDE ESTÁ EL HUMO?

Era un caso sin remedio, Maggie no se lo perdonaría nunca... Primero la defraudó con su apego obsesivo al alcohol, luego pensó que las cartas le traerían menos problemas, al menos dejaría de sufrir los efectos de la resaca, pero ahí estaba ahora, a un paso de perder todo aquello por lo que había trabajado tan duro desde los comienzos. Era lo pactado, en la ocasión anterior también perdió y el desafío debía continuar, ahora se jugaba la casa y, según firmaron, había traído consigo las escrituras del chalet en el que vivían desde que se trasladaron del norte. Maggie y las niñas no tenían parte ni culpa en el embrollo en el que se había metido, pero pagarían las consecuencias de su insensatez. Rechazó la copa que le ofrecieron, quería poner los cinco sentidos en la partida que estaba a punto de resolverse y en la que apostaba su hogar contra nada... Además, debía mantenerse sereno pues tenía que regresar a casa o a lo que le quedase de ella a partir de ese momento. En los últimos quince días el fuego había avanzado peligrosamente hacia el pueblo y, a pesar de las advertencias de Maggie, esa noche se acercó en el coche hasta Tucson, desoyendo también las normas que la policía del condado extendía entre sus conciudadanos. Otros años también había habido incendios, pero esta vez se sumaron peligrosamente a la sequía que arrastraba el año. La semana anterior cayeron las poblaciones de Winslow y de Flagstaff, los incendios se estaban propagando ese otoño a velocidad vertiginosa, parecía cosa del diablo, nada ni nadie podía detener el avance arrollador de las llamas que crecían en altura y levantaban nubes cenicientas que obstaculizaban la tarea de los hidroaviones en su ataque aéreo.
Todo por la maldita obsesión de borrar la sonrisa sardónica del rostro del condenado Jackson, no soportaba sus bravuconadas y menos a costa suya, así que lo que comenzó como una apuesta fantasma se había transformado en un juego ruinoso, era más que posible que si perdía esa partida también se quedase sin Maggie. Ahora parecía tomar verdadera conciencia de que lo que había puesto sobre el tapete era su propia vida, ahora que unas cartas elegidas al azar decidirían el futuro de su destino más incierto.
Las risas de Jackson y sus matones resonaron en el local con un eco lúgubre cuando aquella escalera de color salió de la nada para desgracia del osado Lou. Ya no escuchaba los gritos ni la histeria de los ganadores, tampoco atendía las afrentas que al oído le susurraban los aliados del matón, no había nada qué hacer. Había perdido y, después de firmar el documento de cesión, entregó las escrituras de su propia casa al malnacido tahúr. Aquella derrota nada tenía que ver con cualquiera de las anteriores, aunque una a una le habían llevado hasta ese fatídico desenlace.
Cuando salió a la calle, los nubarrones algodonosos del incendio se elevaban por encima de las casas, aquello tenía que estar muy cerca del pueblo, pensó Lou. Cogió el vehículo y aceleró hacia casa, pero antes del cruce con Lordsburg ya estaba la carretera cortada por los camiones de bomberos que retrocedían ante la onda expansiva del calor.
-¡No es posible continuar, amigo! ¡Vuelva atrás, están desalojando el pueblo! ¡Atrás!
Lou no daba crédito a lo que estaba sucediendo, nunca imaginó que mientras él solo se complicaba la existencia el mismísimo infierno les estaba ganando la partida a todos. Retrocedió, pero tomó la desviación por Bisbee, conocía a fondo esa ruta de montaña, a pesar del mal estado del firme le llevaría casi a lomos de su propio jardín, se trataba de un antiguo camino vecinal ya en desuso, pero sin mayores dificultades para su todoterreno. El humo se apoderaba de cada tramo y dificultaba distinguir los bordes apenas inexistentes del trazado. También su mente se hallaba confusa, bien por inhalar los gases tóxicos que inundaban el ambiente, bien porque no entendía qué hacía él luchando por una propiedad que ya no le pertenecía... Pero, ¿qué le diría a Maggie? Tenía que intentarlo, al menos.
Un enorme pino ardía en medio del camino, interrumpiendo el paso. Se encontraba muy cerca de la loma y salió del coche corriendo hacia el borde para contemplar la agonía final de sus propiedades. Protegiéndose el rostro con los brazos observó cómo el fuego consumía lo que antes había cobijado sus sueños. Las llamas ya salían por el tejado y un torbellino de calor envolvía el interior de la casa, avivado por todos los utensilios ya insalvables. Sin duda, se trataba de un día nefasto.
Encontró a Maggie y las niñas al día siguiente, cuando les trasladaron a la antigua escuela de Tucson. Aún conservaba el rostro tiznado de las cenizas voladoras que flotaron en el ambiente durante toda la noche. Maggie le abrazó, aterrada, desconsolada, el fuego les había llevado todo, su hogar, todo... Las niñas sollozaban, asustadas. Lou pasó sus grandes brazos sobre sus hombros, mientras mesaba sus cabellos sin soltar palabra. No tenía nada que decir. A su alrededor las familias afectadas se repartían los enseres que les ayudarían a pasar de la mejor manera esa y las sucesivas noches hasta que las ayudas destinadas por el gobierno restableciesen la normalidad. Nunca iba a ser lo mismo, a cambio obtendrían una nueva vivienda, resultaba imposible recuperar lo quemado, pero de este modo podrían comenzar sino a construir al menos a continuar la rutina de su vida antes de los incendios.
Los sollozos de Maggie no le daban tregua y Lou se aferró en un abrazo firme a los seres cuya suerte momentos antes barajó al azar, los únicos que tenía y más quería. Vieron al comisario acercarse hasta ellos con gesto sombrío...
-¿Sabes lo de Fred Jackson?
Lou se estremeció, por un instante creyó que la respiración le había abandonado, pero su expresión imperturbable animó al comisario que, apretándole suave el brazo, le confesó:
-Lo siento, Loonegan. Sé que trabajasteis juntos en la factoría, que os conocíais desde pequeños...
-No entiendo...
-Calcinado, murió dentro del camión junto con un grupo de ayudantes.
El comisario se quitó la gorra y se pasó un pañuelo por la sudorosa frente.
-Horrible, Lou, un amasijo de cuerpos abrasados, no quedó nada... Un espectáculo horrendo. Lo siento.
El nudo que hasta entonces atenazaba la garganta de Lou pareció ceder. Mientras, Maggie no apartaba los ojos de él, observaba su gesto duro y seco y, ahora, de repente resuelto que, lejos de aumentar su temor, la ayudaba a sentirse más segura, se había dado cuenta de que desde hacía largo rato Lou no había encendido ni un solo cigarro. Ella notaba algo raro, aunque el silencio de Lou estaba consiguiendo hacerla sentirse protegida del modo en que tanto había añorado años atrás, antes de toparse con el problema de la bebida y después con el del juego. Sabía que de vez en cuando jugaba, pero disculpaba el hecho de que en algo había de entretener su tiempo de ocio. Sus esperanzas parecían ir a cobrar forma precisamente ahora en un momento tan trágico como este, ahora que habían perdido su casa entre las llamas y sus pertenencias habían quedado reducidas a cenizas. Ahora el gobierno les otorgaría una de esas viviendas de protección, pasarían bastantes años antes de convertir eso en un hogar propio, pero a las chiquillas no les faltaría un techo bajo el que acabar sus estudios y salir todos adelante como una familia unida.
Lou tragó saliva sin dejar de abrazarlas. Las niñas habían callado los lloros y Maggie le miró a los ojos...
-Lou...
-Calma, Maggie, saldremos adelante... Confía.
Maggie no sabía bien qué, pero algo le decía que todo no lo había perdido, desde sus adentros comenzó a agradecer a aquel incendio el regalo que empezaba ya a vislumbrarse...



El autor.
luistamargo@telepolis.com



***”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, Año2004.***

Texto agregado el 11-01-2004, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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