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Te escribiré. Son las 12:45 de la mañana. Debo terminar de editar las notas de deportes y espectáculos y me detengo cada dos párrafos para pensar en mis errores, en los errores que he cometido al conversar contigo, en las intenciones, las intenciones equivocadas, las que me llevan siempre a pensar que quizás un día estemos juntos, y además de todo, a angustiarme porque se que la realidad no es múltiple. Es esa en la que no se trata de una sola interpretación que valga, sino dos, la mía y la tuya. Y quizás la tuya sea la única que más se ajusta a ésta realidad, en la que en verdad no sentimos lo mismo. Me acuerdo cuando estabas en la sala y fui para adentro para recoger la libretita donde apuntamos los nombres para la velada de más tarde, y me detuve un par de segundos a mirar tu cartera sobre el sillón. Pensé que había logrado al menos tenerte más cerca de lo que nunca estuviste de mí. Tenerte toda una mañana solo para mí. Y me di cuenta al ver tu cartera muy cómoda sobre el cojín, que no importara en que lugar de la casa te encuentres, por más que estuvieras en la sala, tu estabas conmigo ahí, yo parado y tu sobre el sillón también. Pero volteé a ver la cajita de arena y habías borrado tu nombre. Quizás el mayor esfuerzo por mostrarte que por ti he sentido amor es escribiendo tu nombre sobre la arena sin estar en la playa. Tenerte en mi casa fue como estar en frente del oro y no poder tocarlo. Notaste que mis ojos brillaron. Estuve muy feliz. Olivita me hiciste feliz. Desde que te vi en la ventana cuando saliste a ver que había llegado. De igual manera recuerdo tu reacción exacta cuando borraste tu nombre, dijiste: “porqué dice Olivita aquí”, y restregaste con la escobita. Me dolió tanto, aunque estuviese volteado y solo te escuchara. También cuando esperé por una eternidad que tomaras mi mano, cuando estábamos sentados en el sillón de la sala. Mis dedos se movían, yo no te miraba, pero te llamaba, desde abajo, desde el patíbulo, gritando, pidiendo quizás auxilio para que me digas algo que me resuelva de una vez por todas porque siempre que estoy a tu lado me vuelvo débil. Del niño débil que fui cuando te buscaba a tu casa temo ahora ser un hombre débil porque pienso que un hombre débil es peor que un niño débil, talvez por eso te dije que no quería crecer, porque conservo aún el recuerdo de nosotros conversando y mirándonos a lo ojos brillosos y diciendo para si, que, por más que yo te ame con gran parte de mi corazón enredado, y tu con casi nada, es imposible pensar siquiera en la posibilidad de besarnos. Ese beso, he soñado unas veces con ese beso. Más lo he pensado, lo imaginaba mientras me hablabas, te escuchaba y asentía, pero yo solo quería que cuando te vayas, fuera habiendo dejado un halo de esa relación inexistente. Pero asimismo pienso positivamente. Y si lo notas hasta esta carta es una total confusión. Solo quiero mostrarte la situación en la que me dejas cada vez que nos vemos.

Un cuento que un día leí me dijo que una gran civilización que durante toda su historia le costó mucho trabajo edificarse, crecer y desarrollarse, le era todo esto en vano, porque cada cien años pasaba un cometa por sus cielos y tan sólo con la luz que reflejaba sobre esa tierra, destruía todo el cemento y construcción que hubiera sido erigida en su ausencia. Pero lo que el gran poder de éste cometa no advertía era que podía sí acabar con toda presencia material en el planeta, sin embargo, era imposible imaginar que se viniera abajo la vida de sus habitantes y con ella la esperanza de reorganización, de trabajo, de obra, de la reedificación de las grandes ciudades en el que la cooperación era imprescindible para cada vez ser un pueblo más fuerte e integrado cuando el cometa asome a pretender traerse al suelo la ilusión de un día viajar con el, y no cegar a sus nuevas generaciones como ni se le ocurriera, porque cuando se iba y la gente quedaba absorta, estos por la luz quedaban también sin vista, y era vital que pudiesen encontrarse unos a los otros, encontrarse las manos y estrecharse para combatir la adversidad a la que fueron expuestos, por más que el placer de quedarse ciegos al ver sus cielos iluminados con la extraordinaria ráfaga del cometa, fuese tan grande como la obra que cada cien años construían, y para seguir agregando, sin importar caerse de nuevo, sólo verlo, verte a ti y quedarme como estoy ahora, confundido como un nudo con las puntas -como brazos de miles de hombres- amarradas.

Terminé de editar las notas. Han pasado como tres horas desde que acabé de escribir el párrafo anterior. Me narcotiza el desvelo. Son las 4:24 de la mañana. Y yo sigo queriendo verte y decirte que te amo, y que me destruye verte porque no puedo seguirte, y que lo que consigo en tu ausencia es nada a comparación del sueño de viajar contigo, iluminado.


Texto agregado el 29-07-2006, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-07-2006 Es amor esperando ser reconocido*5 terref
 
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