Pasan los suspiros feroces por su alrededor,
En su espalda el sol, cual estandarte lejano, le tiende la mano
Y no olvida el dolor, que ayer entre gritos de sangre vio,
Que ayer entre suspiros de muerte fluía,
Yo se que no es fácil la vida y también se lo terrible que es la muerte,
Pero cuando en tu mano se cierne, como mil avispas en llamas,
La espada de la mañana, hecha en casa de dioses,
No importa si no conoces a tu enemigo presente,
Solo importa que en su muerte su dolor no sea en vano,
Sino que sea justicia, y no cargas a tu alma,
Que con la estrella de la malicia tantos héroes han dañado.
Ahora, espada en mano, en frente suyo está el destino,
Ve en su rey al enemigo, ve en su alma podredumbre,
Solo sabe que no es un hombre, sino algún pérfido demonio,
El que con el mas puro odio, mando a matar a todo su pueblo,
Sobre ese vuelan los cuervos, los que tanto los dioses odian,
Y sacando de su memoria los mas finos recuerdos,
De cuando siendo un niño en su mano aprendía a usar la espada,
Corriendo como manada de feroces animales,
Él solo y entre sollozos, en su cabeza entierra la daga.
Al caer sobre su cuerpo y darse cuenta del destino,
De que solo está en la vida, porque a matado a sus amigos,
Se revela al embrujo que tanto tiempo lo amarrara,
No era el rey malvado que en sus sueños sin sentido,
Entre días de fuego acabara con su pueblo,
Era el rey padre el que moría, era el rey padre el que mataba,
No era el único, se odiaba,
Y creyéndose en penuria mas cruel imposible,
Corrió hasta las orillas de los ríos mas lejanos,
Y extendiendo entre sus manos el cuerpo del rey ya muerto,
Salto finalmente para acabar con su tormento.
Cada vez que alguien pasa por el rió,
Se oye su voz entre lamentos,
Se oye el canto de la muerte,
Se oye el dolor, el sufrimiento,
Y entre lagrimas derramadas de cada viajero perdido,
Sube el caudal del rió y sube nuevamente el tormento,
Ya que en la cabeza del viajero, no cesa la frase,
¡¡el rey ha muerto!!, ¡¡el rey ha muerto!!
y el salto al abismo se vuelve buena alternativa,
para acallar en la mente el grito del guerrero |