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E S C L A V O S


“Sobre la dicha isla arranqué
yerba y corté árboles y planté la cruz y
también la horca en nombre de Dios”
Michel de Cuneo



El negro Epifanio dormía encogido. Cirilia nunca entendió el porque. El negro dormía encogido pues su cuerpo musculoso era reflejo de las ataduras del alma. El señor había fastidiado de mas aquel día. Le había derramado la sopa caliente a Cirilia en el delantal, quemándole los muslos. Después la abofeteo porque la consideraba un animal bruto. Ambos se durmieron sin remedio, estaban hartos de el. Mucho más Epifanio al vivir los abusos contra su negra Cirilia. El apretó los dientes, cerró el puño y se mordió la lengua, para contenerse y no ir a estrangular al mayordomo despiadado.
Comenzó a reventarse el alba contra los campos abrumados por la noche. 5:00 a.m., Epifanio ya de pie. Sube a la gran casa de su mayordomo Milán de la Cruz a preguntar si a su negra Cirilia le hace falta pan para el desayuno de este. Al verla recuerda cuanto se aman. Se conocen tanto que un gesto basta para adivinarse uno al otro el pensamiento. El olvida la pesadumbre del encierro, el abuso y el hambre solo con volverla a ver una vez más. Cirilia le da las fuerzas para soportar cualquier cosa.
En cambio Cirilia no era tan fuerte. Sufría demasiado toda la pesadilla de la esclavitud. Su cuerpo era seco como una penca de palma. Era joven pero de espíritu viejo. Completamente devota del odio hacia los blancos, en especial hacia su mayordomo Milán de la Cruz.
Las órdenes para el desayuno de esa mañana habían sido claras:
-Negra esclava, irte a preparar dos desayunos. Mi hija Renata se sentará conmigo…Y otro detalle, os pórtese bien negra inmunda, o vos conoceríais el infierno del diablo otra vez. No dudaré en hacerla sufrir esclava…
Cirilia sintió un oleaje de terror que le inundaba grotescamente de pies a cabeza. Era atragantada por el miedo. Se acordó de las noches que tenia que dejar a Epifanio dormido (enroscado en él mismo) para subir a la casa del mayordomo por órdenes de este. En esas noches dejaba de ser mujer para convertirse en nadie. Las peores pesadillas eran realidades sobre su piel.
Luego del desayuno, Renata abandona a su padre en la sala y va a su cuarto de niña sumisa. Iba a mirar por la ventana las duras labores que hacía Epifanio en el patio. Le causaba gracia verlo fajado. Se le escapaban las risas al notar el azote del sol en su espalda sudada. Renata era sumamente engreída. Orgullosa de ser blanca española. Detestaba a Cirilia. La acusaba con su padre de santería, pero a Milán de la Cruz no le convenía escuchar a su hija. Renata necesitaba fastidiar a Cirilia. Entonces tuvo la idea de calumniar de Epifanio con su padre y asi lograr mortificar a Cirilia.
Cirilia fue a buscar al patio a Epifanio. El mayordomo los quería ver a ambos. Al llegar ante Milán de la Cruz él comenzó a gritarles. Acusó a Epifanio de gustarle su hija Renata lo que colmó la paciencia del negro. Lo amenazó con hacer sufrir a Cirilia el supuesto descaro. A Epifanio le dolería cualquier cosa que le sucediera a Cirila más que en su propia carne.
El negro se sintió acorralado por la amenaza. El sudor le chorreaba despavorido por la frente y las manos. La sangre hervía. Se le colmó el cuerpo de impulsos atroces. Sostuvo el cuello de su mayordomo con fuerza sin igual. Sentía castigarlo por todo lo sufrido. No pensó en ningún momento dejarlo vivo, Milán de la Cruz no se lo merecía.
Cirilia cayó al suelo obligada por el espanto. La piel se le quemaba como cada vez que atravesaba la plaza. Lloraba de antemano la muerte segura que le esperaba a su amado Epifanio. No pedía clemencia para su mayordomo porque no seria justo con ella misma. No podía detener a Epifanio, el escalofrío, la angustia y el placer de ver que a Milán de la Cruz moría, la dejaron petrificada.
El cadáver de Milán de la Cruz estaba aún fresco cuando el de Epifanio estaba a punto de enfriarse. Eran las 3:17 p.m. de una tarde desdibujada entre un cielo gris y un suelo a punto de mojarse con sangre tras la condena al garrote por asesinato de mayordomo.
Renata lo presenció sin conmoción alguna. Para ella esos negros eran gallinas que había que desplumar para comerse. No significaban nada. Se encargó de que Cirilia presenciara también cómo mataban a ese negro que amaba tanto. Sus reclamos de que detuvieran la masacre fueron absolutamente ignorados, ya el negro Epifanio era un cuerpo sin vida.
Pasó una semana. Renata dejó que Cirilia viviera en su casa solo para hacerla sufrir. Cirlia estaba intranquila, ansiosa. En momentos sentía que el mayordomo la buscaba. Podía sentir el tierno respirar de Epifanio sobre ella. Al cerrar los ojos se repetía ante sus parpados oscuros una y otra vez la escena cuando lo mataron en la plaza.
Renata se dedico a martirizarla. Abusaba sin compasión de la viuda esclava. La misma esclava que para ella no tenia ningún valor. La golpeaba más que el mayordomo fenecido. Hasta que llegó el día que Renata esperaba. Decidió vengarse, construyendo un altar con velas, cruces y cebollas, para luego ir con las autoridades y acusarla de santería.
Cirilia no deseaba más que eso; morirse. Fue prisionera varios días. Luego la penalizaron. La ataron en el medio de la plaza ante un Dorado expectante y se encendió la hoguera. Entonces su paranoia de sentir la carne quemándose cada vez que pasaba por la plaza fue real.

Texto agregado el 29-07-2006, y leído por 1397 visitantes. (1 voto)


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