Si quisiera escribirte
Tendría que ponerme a recordar:
Tú venías de lejos
Aún más lejos que yo
Muy temprano en la mañana
Sobre todo te recuerdo
Tus pasos ya despiertos
Recorriendo el pasillo aún oscuro
Revolviendo en la cocina
Calentando el café de la mañana
Y luego
Te acercabas a mi puerta
(y no entrabas)
Sólo golpeabas quedamente:
“Hola, son las ocho”
Me decías,
Casi como un esposo,
Pero no,
Como un hermano,
Un amigo,
un compañero de trabajo,
O tan sólo un conocido,
Y yo me levantaba,
Ansiando ver
La visión pacífica
De tu pijama azul y viejo.
También el pan tostado,
El cigarrillo, atrasando aún la levantada,
Unas pocas palabras,
Tu mirada,
En la que yo creía adivinar
Algo, no sé qué
De misterioso y cálido y profundo,
Algo que me unía a ti
Pero sólo hasta el límite
De esa colilla del cigarro
Que apagabas
Para luego
Tomar el jabón y la toalla
Salir a la mañana fría
Y sin piedad bañar tu cuerpo
(que yo miraba y no miraba
Pero no por tu cuerpo, sino porque eras tú)
En el gélido chorro del agua montañesa
Y luego volvías
Con el paso manso
De animal benévolo
Como un caballo
O un perro viejo moviendo la cola
Y yo pensaba
Que no ocupaba tiempo ni espacio
Dentro de ti
Y que sólo tú merodeabas en mi alma
Pero no yo en la tuya
Aunque a veces algo
Algo me decía, una frase,
Una mirada, el protocolar contacto
Entre nosotros,
Pero un poco más,
Apenas algo más,
Ese beso de hermano en la mejilla
(pero tan cerca, tan cerca)
Y nada más, y así por tantos años,
Ahora me doy cuenta,
Todos esos años detrás nuestro,
Y fue sólo al pasar toda esa vida
(ya en el tiempo del recuerdo y la reliquia)
Que me fui dando cuenta
Que tú me mirabas
Como yo no osaba mirarte
Y, digámoslo así, con todas sus letras
(¿por qué tendría que callar ahora?)
Que me amabas,
Tanto como yo evitaba amarte
Y luego,
tanto como yo evitaba amarte
cada día más,
cada día más,
y más,
y más.
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