Rubén y cuenteros varios:
No le crean nada a BenHur, tiene una imaginación desbocada, como el caballo de su carro de carreras que aparece en su página, o como se llame eso. Por si ustedes no lo conocen personalmente, Rubén – BenHur es igualito a esa imagen, con una apariencia leonina y una melena roja que ocultan un corazón de abuelo. No puedo asegurarles que José Agustín Márquez Vásquez, o Vásquez Márquez, que tanto vale madre como padre, sea yo o sólo una creación de esa imaginación. A nuestros cincuentaitantos ya no sabemos lo que es recuerdo y lo que es mito. Y, si bien es cierto que fuimos antagonistas en lo político, y también es cierto que ahora nos queremos como hermanos, y también es cierto que alguna vez me dijo “tú con esas ideas no saldrás vivo de esta escuela”, no es menos cierto que siempre reconocimos compartir un cierto amor por el mundo de las letras, y también un cierto interés recíproco en nuestras respectivas ideas (¿o pasiones?). Mucho más adelante, ya reencontrados, Rubén se ha transformado casi en un alter ego, a tal punto que ya no sé si fui yo quién escribió “La vida, una maldita cosa detrás de la otra”, o él quien escribió el “Requiem por Chile” (de acuerdo, es un poco solemne, pero yo (o él) soy así). Estas cosas que he escrito han resultado un poco premonitorias: el verdadero Humberto Gutiérrez Murúa del “Requiem…” acaba de ser puesto públicamente cara a cara con su villanía, inmediatamente después de escribir el “Requiem”. Por mi parte, la ficción narrada en la “Travesía al fondo del olvido” (otro maldito título solemne, y nuevamente con referencias al vilipendiado Jorge Luis Borges quien podrá haber compartido hasta las sábanas con Pinochet, si ustedes así lo quieren, pero sigue siendo Jorge Luis Borges, mal que les pese), sigo, esta ficción, escrita el año 1998, terminó por envolverme y darme vuelta la vida y aquí estoy ahora, separado de mi mujer y de mi familia tras veintiún años de matrimonio y cuatro hijos por y para amar a la reina del MIR, la más bella de las miristas de nuestra época de la escuela de arquitectura de la Universidad de Chile de Valparaíso (¿o no Rubén?), presa, torturada y exiliada por la dictadura, y que sólo volvió a Chile, también ella casada y madre, para encontrarse conmigo, el innombrable, el execrado, y escribir juntos la más bella historia de amor.
Pero ya basta de autorreferencia. Quiero terminar con un saludo de guerrero jubilado a mi enemigo, otro guerrero con el que siempre fue honorable combatir, el gran BenHur-Rubén Cárcamo Bourgade, que ese dios en el que él cree lo guarde por muchos años, y que los dioses en los que yo creo alienten sus combates. Salve