El justo alzó su espada dispuesto a acabar con un golpe de gracia al pecador. Su arma refulgìa, reflejando la luz en todos los sentidos. Era casi una imagen celestial, una ejecución redentora.
Antes de dar el fatídico golpe, el justo miró por última vez al pecador. Era una mirada casi piadosa, que demostraba lástima por aquel perdido. El pecador, al darse cuenta de ésta dijo:
-No titubees. Triunfaste, prevaleciste y me venciste. Tal es mi destino. No te culpo, ni a tí ni a tu actuar. Sólo termina lo que ya comenzaste.
El justo se sorprendió de las palabras de su víctima. Eran resignadas, calmas, incluso auténticas. El ataque se suspendió por algunos segundos.
-¿qué esperas?, te he liberado de culpas, según tus propios principios ya te es permitido acabarme.-insistió el pecador- Tus principios, lo que tú defiendes, ha ganado. Tienes derecho a matarme.
El justo lo miró con desprecio y le respondió.
-¿Crees que porque gané estoy en lo correcto?, mis fundamentos siempre fueron verdaderos, desde mucho antes de que te enfrentara. Por eso gané, porque estoy en lo correcto, la victoria es consecuencia de la verdad, no a la inversa.
-Te crees mejor que yo, ¿no?-replicó el pecador- Te crees con derecho sobre mí porque te consideras poseedor de la verdad. Pues te equivocas. Ambos somos iguales, ambos luchamos por lo que creemos correcto, ambos vivimos y morimos en defensa de nuestra verdad. Somos caras del mismo prisma, es sólo que vemos las cosas de distinta forma.
-Yo no soy igual que tú, pecador. Soy mejor, Mi verdad es afable y empática, más la tuya es cruel y sangrienta.-
-Eso no la hace menos verdadera. ¿No lo entiendes?, cada uno le da signicado a su vida de distinta forma, cada uno encuentra su verdad distinta de las otras, pero eso no las hace menos verdaderas. El bien y el mal no es más que un espejismo que nos autoimponemos para hacernos la vida mas fácil. Son estándares que nos fijamos para poder comprender y clasificar lo que vemos, pero el que lo asimilemos de una forma no hace menos válida otra. Es más facil juzgar que comprender, condenar que tolerar. Tememos a lo que no comprendemos, entonces nos adscribimos a una corriente de pensamieto que muestre las cosas, que las clasifique, para así comprenderlas. Pero esta imagen no es más que una visión, entre infinitas que pueden haber.-
-¿por qué luchas, entonces, defendiendo lo que sabes no es correcto ni absoluto, y condenas otros puntos de vista que sabes tan valederos como el tuyo?-
-Porque la fuerza avala la verdad. Nada es verdadero hasta que el más fuerte lo respalde y asegure su existencia y perpetuación. Lo único cierto es que la fuerza hace la verdad. Aquel que triunfe, aquel que haga prevalecer su verdad sobre las demás, la hará cierta y absoluta. Esa es la realidad. No importa cuán justa o cierta creas tu verdad, al final todo recae en la fuerza, y esta corrompe toda verdad, convirtiéndola en no más que verdades autosustentadas.
El justo miró al pecador por última vez, ya no con desprecio, lástima o piedad. Era una mirada vacía, desprovista de sentimientos. La cabeza del pecador no tardó en rodar por el suelo, mientras la tibia sangre ensuciaba la incólume espada del justo. |