Fue esa noche, necesitaba salir, la displicencia en que me había sumido, mi autoexilio social, asfixiaba mis ideas. Me encaminé hacia allá, ese barrio de la juerga donde se pasa, ni bien ni mal, no existe alarde de alboroto alguno, no hay riesgos ni sobresaltos, pero uno a uno se suceden los bares, cada uno distinto del otro, pero al fin y al cabo todos inmersos en esa tranquilidad preciada y jolgorio inerte, pero entre todos ellos había uno diferente, una puerta, tras ella música agradable y estridente y un montón de sujetos vestidos de negro difícilmente se vislumbraba en la sombra de una tenue luz roja, no había allí personajes extraños succionando la sangre de otros aún más extraños permitiéndoselo, ni tampoco la sordidez deprimente del ambiente de otros antros similares, a decir verdad el lugar era agradable, contrastaba con la rigurosa juerga pasiva de afuera, si hasta cómo en mucho tiempo no me sucedía, me sentí involucrado con ese entorno, yo un individuo que cree no encajar en parte alguna, que de día me siento vestido de negro donde corresponde la etiqueta y de noche acicalado formalmente; se escuchaba en ese momento ese tema de, bueno no viene al caso, todos estábamos desenfrenados y ahí la vi , usaba jeans , vestía un top negro, tenía unas curvas que dejaban perplejo, no se como pero reparó en mí, se acercó y me invitó un trago, tomó mi mano y con sus sensuales ojos entreabiertos me indicó que me dejara llevar, subimos la escalera, salimos del lugar, caminamos por esas calles perfectas hasta llegar a ese lugar, ese lugar donde me olvidé de todo, no se si me metió una droga y si fue así se lo agradezco, casi no recuerdo nada del momento, no olvido eso sí sus besos ni la resaca y el frío con que me encontré al día siguiente en una cuidada banca de ese parque, ni tampoco la extraña sensación de que algo tan simple cala tan hondamente que lo urgente puede sepultar lo importante.