Tanta gente, tantos ojos, colores, tantas cosas... ¿Para qué? Mejor no pensar en cosas simples, y dejar que la escoba del silencio sacuda toda existencia... En aquellas meditaciones me encontraba cuando vi en mi camino diario por las mañanas los ojos sorprendidos de un hombre, las manos abiertas de una madre, el techo oscuro de un cuarto que es el mío, y en aquellas imágenes, tuve una visión, el de apagar mis pensamientos para que el cristal de la realidad se transforme en líquido bebible. También vi aquel día, una tarde colorida, las sonrisas partidas de un borracho y muchos perros buscando alimento sobre un tacho de basura. Tuve que cerrar los ojos y correr hacia mi hogar y cuando llegué, encontré todas las puertas de cada cuarto cerradas con llaves de oro. Toqué con vergüenza una de ellas, y, para mi sorpresa, todas se abrieron al mismo tiempo. Quise entrar para siempre en uno de los cuartos, pero las personas que la habitaban me dijeron que no, que yo no tenía corazón... Cabizbajo empecé a caminar hacia la salida de la casa cuando sentí que todo mi pecho palpitaba como si tuviera a un niño asustado... Le pregunté a mi pecho si era el corazón. Dijo que no, que yo no tenía corazón... Enséñame por favor, le dije. De pronto una cosa gorda y roja reventó de mi pecho como un chupo, cayendo sobre mis manos... Me asusté al verme lleno de sangre y vísceras que no cesaban de saltar como serpientes en canasto sobre mis manos... Era como si tuviera a un niño. Entonces, decidí volver a tocar las puertas de la casa. Apenas las toqué, estas volvieron a abrirse. Iba a entrar pero, no pude acercarme, y ante mi asombro, la cosa ensangrentada saltó de mis manos, arrastrándose hasta entrar a uno de los cuartos de la casa, dejándome solo, perdido y sin saber qué hacer ni adónde ir. Salí nuevamente a la calle y percibí el cielo rojo, así como la sangre que había quedado en mis manos. Asustado, fui caminando con los ojos perdidos hasta llegar al abismo. Me gustó ver aquella oquedad. Sentí deseos de tirarme, acabar con todo lo que me hacía mal. Me arranqué los pensamientos, los sueños, anhelos, mis carnes, huesos, todo, todo lo aventé al abismo, quedándome vacío, desnudo. Volví a la casa y entré, pero esta vez no había puertas cerradas, no había nada, todo estaba desolado sobre un cielo rojo, mientras escuchaba un gong una y otra vez así como un corazón vibrando en todo el universo...
Lince, julio de 2006
|