Hace mucho que no hablo, me concentro en mirar a la gente que pasa por la ventana de mi casa. Si me preguntan por qué lo hago, les tendré que contar esta historia, es simple, pero es mía....
Todo comenzó cuando mis padres les gustaba llevarme al cine, era hijo único, y a todo me daban gusto. Una tarde en que salíamos del cine, les dije a mis padres si podían comprarme un árbol, así como el que había visto en el cine. Asintieron. Me compraron un árbol pequeño al que cuidé desde que era un bebé, es decir, casi una ramita. La cuidé diariamente, también conversaba con ella, le decía muchas cosas hasta que una tarde le escuché hablar, y me dijo algo extraño, me dijo que era mejor callar que decir algo que no tenga importancia. Desde aquel día me pregunté qué era importante y me di cuenta de que nada era tan importante como el silencio que escuchaba por las noches, o cuando estaba frente a mi árbol que cada día creía más y más... Mis padres me llevaron a un médico por mi extraña actitud de no hablar. El doctor me observaba pero yo no decía nada. Me hizo preguntas cortas, y yo asentía o negaba con la cabeza. Y si tenía algo que decir. Lo escribía. Luego de varias jornadas, el doctor dijo que yo no deseaba hablar a menos que tuviera algo importante que decir. Mis padres le contaron que yo paraba diariamente frente a un árbol. El doctor les dijo que debía cortarla para ver mi reacción. Lo cortaron sin que yo me diera cuenta. Y cuando fui a mirar a mi árbol, no lo volví a ver más... Lo había arrancado desde la raíz. Iba a decir algo, pero no pude articular una palabra... En verdad, había enmudecido. Aquella misma tarde me fui de casa para siempre. Tomé un bus que me llevaba lejos y mientras me alejaba de la ciudad, me sentí mejor, mucho mejor. Viajé por muchos lugares y jamás pronuncié una palabra, en todos los lugares me decían el mudo... Sin embargo, cuando me hallaba frente a un árbol, sentía que de mis labios salía murmullos así como la brisa del aire, era hermoso escucharme hablar de esa manera... Todo seguiría igual sino fuera porque vi a una hermosa señora que me miró a los ojos tanto tiempo que vi que salían chispas rojas... Me enamoré. Y ella de mí. Diariamente nos veíamos. Nos casamos, aunque ella sabía que yo era mudo pero trabajaba como boletero en un cine de aquella ciudad. Ella era enfermera. Vivíamos felices. Hasta que nacieron nuestros hijos. Tuve que buscar un trabajo mejor porque el dinero no alcanzaba. Lo conseguí. Se trataba de cuidador de un bosque. Me gustó. Y aquí estoy, sentado en la ventana de casa, viendo la gente pasar y cuidando a mis hijos cuando vengo del trabajo, luego de haber conversado con todas las plantas del bosque...
San isidro, julio de 2006
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