Quiero que se casen.
Quiero que se casen.
Quiero que se casen.
Las palabras son un eco en mi mente. Un eco lejano, prometedor y avasallante. Como una sinfonía a medio terminar. Pero en aquel momento, cuando Giogia pronunció mi destino como si de una petición sencilla se tratara, no supe como reaccionar. Yo la amaba con cada fibra de mi ser, como solo se ama lo que nos es prohibido. Ella estaba prohibida para mí, por mi condición, por mi sexo, por mi estilo de vida, mi familia... mi hermano. Prohibida... pero me pertenecía en cuerpo, en alma, su petición me lo decía, sus lágrimas reprimidas. Miré hacia abajo donde mis dedos y los de Edward estaban entrecruzados. Me miraba intensamente, entre adolorido y aliviado. Limpié con mis dedos la lágrima traicionera que corría por mi mejilla y con un gesto de fastidio solté mi mano de la suya.
Lo que me pides es impensable, cara Me acerqué a ella lentamente y tomé su rostro entre mis manos. Yo no conozco este hombre al que dices querer como a un hermano. Pensar en una vida sin ti, es muerte, es agonía...- Giogia se soltó de mis manos y dio dos pasos hacia atrás. Miró a Edward intensamente a los ojos, y este pareció encojerse. ¿Opinas igual? Él se acercó a ella suavemente en un acto de valentía que no pensé que vería y le acarició una mejilla. En sus labios resplandeció una media sonrisa, un tanto triste pero decidida. De pronto la soltó y dio un paso atrás.
No. yo lo miraba incrédula.
Bien. Sácala de aquí hoy mismo, Edward querido. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios bellos, rojos... labios traicioneros. Me observó un momento y acercándose me besó los labios ligeramente.
Te amaré toda la vida, Stella. Adiós... para siempre. Y dándose la vuelta desapareció entre la maleza.
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