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Ni aún en las más osadas conjeturas se imagino aquello, a pesar de que no lo tenía planeado la vida lo fue disponiendo todo para que ella, morena divina de cuerpo perfecto y mirada coqueta, estuviera ahí, bajo el sol del medio día más abrazador que recordaba haber soportado, dispuesta, completa, y él entre sorprendido y atontado por el calor, indeciso entre contenerse para disfrutar de la visión o decidirse y proceder como sus hormonas lo mandaban. Para llegar a esto había sido necesario atravesar el departamento de un extremo al otro, soportar una noche de calor sofocante y húmedo a la orilla de una selva entre verde y gris con lágrimas de lodo constante que taponaban el único camino posible borrando el rastro de carretera sin asfalto; más aún, padecer a los muchos pasajeros que de tan distintas regiones como comportamientos trataban como ellos dos de alcanzar la orilla del mar, quizás huyendo de la ciudad devoradora de sueños y propiciadora de realidades. Ella ahí -entre pedazos de selva convertidos en cabañas de turista y el marverdeazulado- era una realidad, se lo decía su boca tentadora y el susurro de su voz; se lo decía el recuerdo de la noche anterior en Turbo bailando entre negros de pies inamovibles de una baldosa ante el lloro de un vallenato.

Era navidad, y apenas dos meses antes le había escrito –sin mandarlo, por supuesto- su pedido al niño dios, se trataba de una nota de disculpa por no haber sido tan bueno como le recomendaban sus compañeros y estudiantes. El era profesor. En cada clase, le contaba en la nota al niño, se esforzaba por agredir un poco a alguno de los asistentes; tenía argumentos, claro, pero iba aprendiendo en la medida que se acercaba a ella que había una mejor forma de hacerse entender. En fin, sus modales en clase no eran para pedir “por los méritos de la infancia”; tampoco creía cumplir con los mandamientos, bueno, a menos que lo de la noche anterior fuera entendido como la santificación de una fiesta; -Ella si que era una fiesta- y lo de la honra a padre y madre habría que discutirlo, lo demás ni de lejos. Sin embargo, como una prueba de la soberbia divina podía verse no solo el paisaje maravilloso sino su regalo allí, tal y como imaginaba: para él solo, con poca envoltura y esa sonrisa de complacencia y si, de placidez.

Dios hacia lo que le venía en gana, lo había demostrado desde cuando ella a pesar de los agravios se le acercó y lo dejó sin palabras al terminar una clase. Eso no tenía que ver con él, que hasta ahora se había mantenido al margen de cualquier estudiante por bella o inteligente, o bella e inteligente como era el caso; lo cierto es que no fue su voluntad, tenía que ser algo de más arriba. De cualquier manera quien lo iba a imaginar: mala gente, malgeniado, no era un modelo de belleza propiamente aunque no le faltaba encanto, pero esto no se lo esperaba aunque lo deseara desde hace tiempo.

Cuando se decidió a invitarla no creyó que aceptaría, era más un gesto de masoquismo, de seguro a ella no le faltarían planes para las vacaciones y sin embargo salto de alegría y se abrazo a él pidiendo que no fuera una broma y ahora estaba ahí pidiéndole que no la dejara sola con ese sol y el deseo y por supuesto el no se iba a hacer del rogar.

El regreso a la otra vida, la del sol con ropa, la de las miradas que juzgan y los días con relojes no fue tan malo; se siguen viendo, sintiendo, viviendo y a veces sufriendo. Algunas noches, sin rituales y con ganas, mientras caminan encuentran entre la gente esas cosas que desagradan, las que hacen reír, las que se desean y no se callan, las hallan y las comentan las inventan, las sueñan y en esa maraña de mundos sin dioses se desean y se toman y se esperan y reconocen y se inventan. El día se hace difuso como el paso del tiempo cuando no hay norte ni plazos. Ahora se componen los días y ellos de pasos, de propuestas sin contar y calladas esperanzas sin augurios.

En tardes de lluvia que ahora son tan frecuentes no solo de añora el sol, se piensa en la fuerza de una confesión y lo que impone dejar las imposturas, se sueña con tardes de arena y negros niños sonriendo, se esperan las vacaciones.

Texto agregado el 27-07-2006, y leído por 181 visitantes. (0 votos)


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