Veo el fin. No la meta, no el objetivo, sino el fin, el acabose, el galimatías antes de la explosión final.
Lo veo por la ventana que da a la calle. Las ventanas que dan a la calle tienen esa particualridad de estar siempre ofreciendo cosas nuevas. Bueno, no, en el fondo es lo mismo, pero hay movimiento, como en un carrusel.
Hay otras ventanas, claro. Ventanas que dan a otras ventanas, ventanas que lo conducen a uno a un callejón, a un basurero o a otro interior.
En mi caso, poseo una ventana que da a otro interior, oscuro y húmedo. Es un despropósito, la verdad. Pensaron en mí, supongo, y en mis problemas con la flatulencia. Sería lo único rescatable, porque el panorama es triste. Todo el día es de noche, y todo el día huele a humedad. A veces, a humedad con mis flatulencias.
Bueno, decía que veo el fin. Ah, sí, el fin.El final. Por esta ventana que da a la calle. Ahí, por ejemplo. Hay un perro que desde una terraza miserable orina todo el día a la gente. Rocío primaveral, piensan los que quieren prolongar esto. Escupa de Dios, piensan los amargados y los cobardes. Yo fui uno de ellos hace tiempo, ya no.
El fin y ya. No es necesario entender el acontecimiento hasta deformarlo. Este episodio sin valor, es el final en medio de una historia que aún no termina. Claro, no tendría gracia, no tendría sentido. El final-el triste final-hay que vivirlo antes y después, una y otra vez. |