Empezó a llover.
Caían unas gotas enormes, diamantes transparentes k mojaban todo a su alcance.
Hacía muchísimo frío y el viejo estaba empapado.
No había nadie por las calles de París.
Sin embargo, el anciano, seguía sentado en aquel banco de madera vieja y estropeada.
Permanecía inmóvil, como siempre.
Yo le observaba desde mi ventana, sintiendo pena de él.
Se trataba de un anciano de aproximadamente 80 años, pelo blanco, bigote espeso, sin barba, con pocas arrugas, ojos color miel…
Cuando llovía, él estaba allí sentado, cuando hacía Sol, estaba ahí, de lunes a domingo durante todos sus minutos y segundos.
Por la mañana volvió a salir el Sol.
Me desperté con resaca y un gran dolor en la cabeza.
Me tomé mi té con menta y me dirigí al baño donde me teñí el pelo de color fucsia y me duché.
Me puse mis lentillas rojas, mi camisa escotada, mis pantalones piratas deshilachados, mis botas punkies y mis pulseras de pinchos.
Sí, yo era punk.
Una adolescente rebelde que ignoraba el mundo y conocía a los desconocidos…
Al dirigirme a la cafetería a ver a mi amiga Samantha pasé por detrás del banco del viejo. Me planteé el ir a hablarle, pero luego pensé que quizá estaba loco…
Entré en la cafetería y mi amiga, la única que tenía, vino a hablarme.
Nos sentamos un cuarto de hora tan sólo porque ella tenía mucho trabajo.
Se trataba de una niña pija y guapa que siempre vestía con minifaldas o pantalones caros y blusas súper escotadas.
Ese día llevaba un top ajustado rojo y unos shorts con unas medias rojas que iban de tobillo a muslo, tan solo, y unas sandalias también de ese color.
Iba poco maquillada y el pelo lo llevaba recogido en una larga dorada coleta.
Hablamos del piso que nos íbamos a comprar.
-¿Con qué dinero vas a pagar tu dinero?- me preguntó.
Le prometí que encontraría algún trabajo ya mismo y me fui.
Al volver a casa vi otra vez al viejo.
Lloraba.
Pobrecillo…
Llegué a casa, desperté a mi padre para que me diera 30 € y, cuando me los dio, me dirigí al banco del viejo con un pergamino, pinturas, etc.
-Hola, ¿cómo se llama, señor?- me atreví a preguntarle.
-No lo recuerdo.
-Vaya… Bueno yo me llamo Patrice y tengo 18 años. ¿Le importa si le retrato? Es que usted es el único que, estoy segura, no se moverá ni un centímetro.
-Retrátame si así lo deseas.
Cuando acabé le enseñé el perfecto retrato que le acababa de hacer.
Se puso a llorar.
-¿Por qué llora?
-Porque ya no me acordaba de mi rostro… aquí no hay espejos, ¿sabes?
-Si… tiene usted razón. ¿Le puedo preguntar algo? ¿Por qué permanece en este banco sentado todos los días y todas las noches, inmóvil, sin habla…?
-Espero el autobús.
-Señor, por aquí hace 10 años que no pasa ningún bus… No querría ofenderle, pero creo que ya es hora de que se busque un trabajo, un hogar, compañía… Si quiere le puedo acoger en mi casa…
-¿Y renunciar a mi esperanza? Jamás.
Me fui sin decirle absolutamente nada más.
Hacía 10 años que no pasaba ningún autobús y, en caso de que lo hiciera, ¿valía la pena estarse esperando tanto tiempo sin compañía, sin hogar, mojándose, sudando, aguantando las palizas de los gamberros, triste, nostálgico …? ¿Eso era un sueño, coger el bus?
Me fui a vender mis cuadros, pero el retrato del viejo me lo quedé yo.
Por la tarde me fui a mis clases de recuperación de arte. La profesora me había suspendido sólo porque mis cuadros “eran sádicos, burlescos, grotescos, etc.”.
Y por la noche, en mi cuarto, me puse el punk a tope y escribí cómo había ido con el viejo y alguna tontería más.
Luego miré por la ventana. Allí estaba.
Me llamó Samantha por teléfono, acababa de perder la virginidad con uno de la cafetería. ¡Qué estúpida! Tanto tiempo manteniendo relaciones sexuales conmigo y ahora acababa de decidir que ya había madurado y ya quería ser mujer…
Me enfadé con ella, ella conmigo…
Mi única amiga, ya no era amiga mía…
Por la mañana me fui de compras y le compré al viejo un abrigo, un sombrero, unos zapatos del 43, calcetines, calzoncillos, una camisa, un jersey y un traje muy caro.
Por la tarde fui a dárselo. Me lo agradeció mucho… Pero no entendía…
-¿Por qué le regalas tanta caridad a un anciano desconocido y medio loco que se está aquí día y noche?
-Porque yo sé y confío que, aunque haya tanta diferencia de edad entre nosotros, nunca te irás de aquí y, siempre que te busque, aquí estarás.
-Siempre y cuando no venga el bus, lo sabes.- me dijo con esperanza.
-Si…
Pasaron largos meses y me volví a enfadar, pero esta vez en serio, con Samantha. También me había enfadado con mi padre y con su estúpida novia y… en fin… me encontraba sola.
Le había regalado al viejo su retrato porque me parecía un poco egoísta el quedármelo yo.
Me acordé entonces, no estaba sola… me quedaba el viejo… ¿era mi amigo? ¿o era sólo un conocido? … No estaba segura, pero necesitaba a alguien y el único que me quedaba era él…
Estaba yo en la cera de enfrente de su banco cuando, por sorpresa mía, el autobús apareció por la esquina.
El viejo lloró de felicidad, se levantó por fin de aquel banco cómo si no hubiese pasado ni medio segundo y, sin más, entró alegre en él hacia alguna parte…
Yo también lloraba, pero de soledad.
Y cuando ya me sentía muy sola, decidí seguir los pasos del viejo, me senté en este banco esperando mi autobús y, ahora, con casi 75 años aun sigo aquí, llueva, nieve, haga Sol… día tras día, noche tras noche.
Y como nunca nadie me echó de menos, nunca reclamaron mi desaparición y nunca tuve que huir ni levantarme.
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