Le tocaba el turno a Gabriel, y Gabriel empezó así:
- Sexo. Sexo en pareja. Sexo homo y/o heterosexual. Sexo individual, con sus limitaciones, . y ¿por qué no?, sexo grupal, con sus particularidades y su limitante dispersión Cualquier modalidad es válida. Eso pienso.
Gabriel miró a quienes lo acompañaban, que parecían afirmar con la cabeza, o movían ésta hacia ambos lados simplemente para ocultarse tras el pelo largo, o sencillamente deseaban sentir el roce del pelo en sus rostros, o quizá también negaban con el gesto. Siguió:
- Irradiar y percibir irradiación. Acercarse y permitir acercarse. Tomar contacto desde la palabra, la mirada, la piel, y dejarse ir por esa sensación que provoca hormigueo en las costillas, en el vientre, en los muslos, y permite abrir el cerebro, el más completo y complejo órgano sexual que poseemos. Las sensaciones fluyen hacia afuera de uno como una marea, de sabor agridulce, tibia y viscosa, la imaginación anticipa, la piel desea, la voz llama e invita. El mundo se detiene, y el tiempo deja de ser tirano. Las manos se tocan y se aprietan. La piel toma contacto con otra piel, los labios besan la piel, hasta que se encuentran en las bocas; las lenguas, suaves y húmedas, se descubren, y se regocijan con ello. La mirada pasea rozando el cuerpo desnudo del otro, la voz susurra cosas ininteligibles, salidas vaya a saber uno de dónde, y el deseo toma la forma de una música sin escalas; parece surgida de otro mundo. Lenta pero siempre “in crescendo”. De pronto, aquél que esperaba y se detenía con pausado goce, busca algo más. Debe colmar su oquedad, debe colmarle su oquedad al otro, necesita sentirlo más cerca, y el otro debe sentirle más cerca. Se besan, entonces, con otra intensidad, se frotan, se aprietan, se recorren hasta con violencia. Hay que llegar ahora a alguna parte, se intuye adónde; ya no se puede seguir esperando, y se debe viajar con todo el equipaje a cuestas. Nada debe ser dejado en el camino. Morder y agitarse, penetrar y ser penetrado. Unir y deshacer. Buscar y encontrar, y ser buscado y ser encontrado. Allí, allá, aquí, en la periferia, en el centro, lejos del mundo, cerca de otro mundo. Es otro mundo, porque cuando el cerebro irradia sus luces como centellas, y la vida explota desde el centro, hacia otro centro, se tiene la sensación de no haber vivido eso antes. Es como morir y renacer, dentro de un universo donde todo es válido, donde todo ha sido válido cuando el destino final fue siempre sentir y producir placer. Encontrar placer en uno mismo, en el otro, en los otros, y saber que los otros pueden producirle a uno tanto placer, como uno les produce a ellos. A él, a ella, a ella, a él. El yo confundido de uno mismo encuentra en el sexo la indefinición más lograda y la definición más certera. Vida y sexo; sexo y vida. Para mí son sinónimos...
Gabriel respiró hondamente luego del ininterrumpido discurso. Y alguien susurró:
- ¿Algo más?
Gabriel estiró sus manos hacia el centro del grupo. Otras manos se acercaron. Miraba hacia ese primer encuentro de dedos entrelazados, donde se empieza a perder identidad y se inicia el delicioso trance de encontrarla en otra dimensión. Elevó la cabeza y buscó otra mirada, otras miradas. Murmuró:
-Sí, hay algo más, hay mucho más...- Una mano le cubrió la boca, y una boca le susurró al oído:
- Vamos, pues a su encuentro...
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