6 minutos después de habernos conocido. Te dije: “¿Qué pasa? ¿Es que no me vas a dar un beso?”.

Te prometo que la que hablaba no era yo. Y sí, me besaste. Desde entonces no has dejado de hacerlo.

Los paseos por el Prado. Los bancos de Atocha, con el jardín de vapores, los focos, mis ojos pestañeando cada vez más rápido para evitar la luz. Las grandes columnas grises de la estación. Los metros de la línea 9. La estación de San Cipriano.

El centro commercial de Príncipe Pío, el de Parquesur, el Xanadú, el Opción, el Nassica, los de Rivas y el de Alcalá Norte (no comentaré nada sobre el incidente que tuvimos en este ultimo, ya me entiendes).

La plaza de Santa Ana, dando la espalda al Museo Reina Sofía.

El Retiro. Goya, interminable cuando el calor aprieta, que va a dar a Velázquez, con esa para de metro que tantas obras ha sufrido, y Serrano, donde florecía mi locura por el consumismo (que no se ve colmada jamás porque mi bolsillo no alcanza para pagar los precios astronómicos de los no menos astronómicos artículos de los escaparates. Acabábamos en Colón, Colón en verano, cuando regalaban Coca-Cola y nos tomábamos un helado.
Aquella discoteca a la que hace siglos que no vamos y donde pasamos nuestra primera tarde juntos.

El Paseo de los Almendros, aquí en Rivas. Tantas y tantas calles de Fuenlabrada. Medio Madrid.
Dos años y seis meses…ahora que me doy cuenta, ¡te he robado besos en tantos sitios!