En el principio fue el sol. Después, un enorme disco gris se convirtió en su insistente persecutor y el tiempo oscuro se hizo rey del cielo. Justo entonces viniste tú, y contigo unos diminutos puntos de luz con el brillo de los destellos que desprende un negro cuervo, el verde de unos ojos hechos por el mismo Neptuno o incluso el neutro mortecino de tu piel virgen (el sol no se posó sobre tu epidermis porque en tu primer minuto en el mundo escribiste: “prohibidos los desperfectos en mi cutis.”

Siempre fuiste un elemento único, especie en extinción, hippie de mis sueños, mi Brigitte B., B.B., que viviste queriendo ser rebelde. El impedimento, en tu propio cuerpo: en lo dulce de tu pelo, en lo terso de tu tez y en el rubor de tus pómulos. En tu purpúreo rostro teñido de ilusión.

Pero seguiste en tu empeño por convertirte en un icono pop. Y yo siempre te he querido: desde el primer momento soñé con protegerte y mecerte en mi pecho. Tú exigiste tiempo. Insisto, tenemos todo el del mundo: el presente es nuestro, y tú eres Juliette Binoche o Holly Golightly. Y permites que te venere, y yo te venero, y te sueño sin que ello envenene ni uno solo de los minutos en que no te tengo. Sigues siendo un espíritu libre y…te quiero.