Hoy has tenido un día redondo. No has pedido ningún Donuts, pero casi.
Esta mañana, tu jefe sólo te ha echado cuatro broncas y sólo te ha tocado el culo dos veces. Eso ha sido porque su mujer ha venido a buscarle antes de lo habitual para ir a comer, así que has podido librarte de él, al menos hasta mañana. Qué suerte tienes nena.
Después, sólo has tenido que esperar tres cuartos de hora bajo el sol abrasador del centro de Madrid a que llegara el autobús, que ha tardado unos veinte minutos en poder dar la vuelta a la plaza de las marquesinas, porque la ciudad está de obras. Menos mal que guardabas tu botellita de agua en el bolso y que en la cartera llevabas un euro suelto para comprar otra. Qué suerte tienes nena.
Hace mucho calor y el autobús despide un olor nauseabundo, pero tú hueles a perfume del caro. Mejor, así nadie podrá mirarte por encima del hombro, que una ya está harta de esas miradas de soslayo que esconden asco e hipocresía. Sabes que muchos de los que te tratan con desprecio por ser de otro país no tienen reparo alguno en dar una vuelta con compatriotas tuyas por la Casa de Campo a altas horas de la madrugada (los puntuales aparecen incluso a mediodía). Tú pisa con garbo morena, para eso compraste un perfume de marca. Tú hueles bien entre tanta mierda. Qué suerte tienes nena.
Tus auriculares suenan a salsa, a merengue, a ritmos caribeños, a calor de paraíso tropical. Vas de pie y no puedes evitar el ligero contoneo de tus caderas al son de la música. Algunos te miran curiosos (la felicidad ajena sorprende a los usuarios del transporte público), otros divertidos (ya quisiéramos todos tener una vitalidad como la tuya) y otros, lascivos, construyen fantasías con tu escultural cuerpo y examinan tus torneadas piernas, y a ti te ponen enferma. Sientes deseos de gritarles cuatro cosas, pero pasas del tema. Que les den. Por lo menos, a diferencia de otras ocasiones, no te han regalado “piropos” demasiado gratuitos. Qué suerte tienes nena.
Por fin, llegas a casa, te desvistes y arrojas tu ropa con rabia sobre la cama. Te derrumbas por un momento, y lloras. Quieres dejar tu alma hecha jirones para hacerte una nueva, pero sabes que no puede ser. Descuelgas el teléfono y, tarjeta telefónica en mano, marcas el código necesario para realizar la llamada a tu país. Salta el contestador, y te descuentan un euro, ya sólo te quedan 4 para hablar con tu familia. Qué suerte tienes nena.
Agotada, decides acostarte. Mañana será otro día, y tú volverás a luchar. Qué suerte tienes nena.
|