Con los cachetes colorados y el bolo de pelo sucio descompuesto por los cariños de su ex vecina que acaba de visitarla después de diez años, se encierra nuevamente la señorita en su sagrado templo para cumplir con otro día de su décimo quinto año viviendo en casa de papi. Hace poco cumplió los catorce años y no tengo que decirles el nombre de mi personaje para que me crean que yace sobre su cama, en la misma posición que las últimas cuatro horas (que bien podrían ser cien si el día tuviera quinientas), con el televisor chino de catorce pulgadas cumpliendo fielmente sus dos funciones en el recinto; estar prendido sin ser visto y servir de repisa para los portarretratos, que por los recientes inconvenientes, ya no exhiben a un codiciado ejemplar del colegio masculino, ni a una colegiala fraterna de su misma sepa, (conocida por todos como: la amiga fea, si, si claro, gorda, “gafufa” y todo lo demás, es una pena... todos saben que no es necesario describirla, y si usted es una de ellas no se preocupe, la vida continúa). Detrás, sobre la pared forrada debidamente con papel y cenefa, sonríe y posa de forma repugnante, el galán latino que dejó la ciudad hace poco, después de ofrecer un concierto y quitar varias virginidades a otras colegialas “mayorsitas”, esas promiscuas que no faltan, las que después cuentan con orgullo: “me chupé, (rumbié, encarreté enganché, lo que sea) a Fulanito”.
Hago hincapié en este ornamento y no en los demás oropeles del cuarto (aunque a Botero le gustaría), porque el caballero ilustre que acabo de mencionar es el culpable de la actual depresión que sufre nuestra bella durmiente. Fue una catástrofe, no pudo ir al concierto!, sus padres, anticuados y represores de libertinaje como cualquier padre en cualquier época, consideraron peligroso el evento, sobre todo si querían asistir sin la presencia de un mayor, y precisando que el hermano mayor de la amiga fea, no era la clase de mayor que ellos esperaban.
La primera consecuencia que esta serie de sucesos nefastos y terribles acarreó en la vida de nuestra doncella, fue la aparición de una cavidad con la forma de su cuerpo enroscado de costado en su colchón. Claro, pasaba toda la noche y parte del día durmiendo, y cuando estaba despierta, permanecía igualmente tendida, con una pequeña diferencia; su teléfono fijo flotaba sobre su oreja y el vapor caliente que las largas horas de uso generaban. Su peluche que ella misma escogió en un parque de diversiones en la Florida y que tantas veces abrazó y babeó mientras dormía, ahora solo servía como soporte para que el teléfono no cayera de lado en los remesones típicos de cualquier conversación.
Una mañana de enero como ésta, era inusual verla levantada, tan inusual como la visita de doña Berta, antigua compañera de croché de su mamá, que al observar la jovencita corroída por las hormonas, le comenta a su comadre sobre su formación en sicología en la universidad extranjera que estuvo frecuentando por seis de los nueve años que vivió en un país del norte del globo, y le sugiere una serie de pecaminosos tratamientos. La conversación se extiende durante varias horas y en medio del día adhiere otro interlocutor; el papá. El doctor Emiro Gutiérrez, cruzaba casi la ciudad entera para llegar de su nauseabundo lugar de trabajo (un hospital público, área de urgencias) hasta “Sauces de la alameda” (típico no?), el nuevo conjunto residencial famoso entre los constructores por sus muros de dos pulgadas y lo difícil que fue obtener la licencia para el proyecto, es decir, la plata que llegó a planeación fue bastante más de la requerida si fuera un tramite común, pero como no es mi intención difamar a nadie, digamos simplemente que fue un proceso no muy público, tanto que los residentes no sabían ni de eso, ni de los muros, ni de nada que no fuera los metros cuadrados (pocos) de su apartamento.
Saluda a la visita con los aspavientos de rigor, esos que apenan a la esposa, y le pide el almuerzo a Rosalba mientras se empapa del tema muy interesado, recordando que alguna vez estuvo a punto de especializarse en psiquiatría y su única hija adorada parecía tener problemas muy graves.
La siguiente semana, después de mucho insistir, la resolución estaba tomada. La única flor de la casa, a sus catorce primaveras, iba a ser sometida al tratamiento más caro y rimbombante, conocido y por conocer. Era la segunda consecuencia que aparecía tras la depresión de la niña, y es la razón de esta historia.
Hija levántate que queremos darte una buena noticia.
Insistía don Emiro abanderando orgullosamente la iniciativa.
Catalina salió al fin de su habitación con esa apariencia que tienen las prostitutas en las correccionales, en una pijama traslúcida que dejaba ver sus catorce años bien cumplidos, que ella misma armó para provocar a sus padres en muestra de su rebeldía.
Un poco asustado por la facha, gagueó el señor Gutiérrez, pero al fin dijo:
Hija vamos a regalarte una fiesta de quinces!
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