Si entre vidrios de colores, y trozos de tiempo en
espejos brillantes y alguna historia de niños,
me encuentro en la constelación que lleva tu nombre,
no es casualidad sino causalidad la de tus lazos y cristales rotos mios.
Busco las siluetas de tus letras nombre,
y descubro que entre las nubes y las tumbas
está tu mundo, el terreno, el de sueños y despertares en los bolsillos rotos,
sé entonces que es aquí a donde perteneces, pero no yo, yo no soy tuyo.
Soy un sueño derrumbado entre paredes que se mantienen
en pie si me miran hacia abajo, perdido, sin dueño, sin tí, más allá de donde pueda hallarme el amor,
sin el puño y la pisada que sentada sobre mi espalda me obligue a olvidarte,
y me vuelvo como esas ventanas empañadas que sólo pueden mirarte.
Eres un silbido inalcanzable, una sombra sin luz, de esas que se forman como los sueños de cristales rotos como ríos,
sonrisas ignorantes que rojas esconden el miedo de perdernos,
como las hojas del árbol que nunca sembré,
y del que ahora fatuamente espero los frutos, bajando por tu cuerpo hasta que vengas a mí.
Lazos interminables y cristales rotos por los disparos de la suerte quemada,
y en dos segundos queda la canción que no he entonado más allá de la aurora y el remanso,
mientras mi suerte se escapa tras la esquina presente,
tras la lluvia interminable de tu luz y mi ausencia adelantada para no amarte tanto, que después de no tenerte, sólo me reste querer morir sin poder alcanzarte como un trozo de primavera. |