Hola, me llamo David y soy alcohólico…
Mi vida ha sido como un vino, como un vino tinto mezclado con oporto, dulce y fuerte a la vez, convertido en champagne, espumeante y bloqueado por un corcho que no le deja rebosarse hasta que sea necesario, y eso ocurrirá en una celebración, no muy lejos de hoy.
Me gusta leer con un cognac en la mano, escuchar música al son de un vodka con limón, cantar junto a mis amigos ebrios por el aguardiente; escribir con un vermouth malhadado y pensar insidiosamente sobre la Parca y su mujeril apariencia.
He leído sobre sabios profetas de óbito y otros tantos de vituperio impetuoso que me han dado una misiva para hacer resurgir de las ánimas una metáfora continuada, simple pero trascendente.
Soy de la tercera generación de revolucionarios, segunda reencarnación de Ernesto Guevara, y tercera de Simón Bolívar, nieto de Fernando González, sobrino de Gonzalo Arango y primo-hermano de Andrés Caicedo, apenas conocido de un tal Allan Poe, y asesino de Isaac.
A diferencia de ustedes, simples mortales que rinden culto a la vida, yo como único y verdadero circunspecto de la muerte, se sobre mi muerte el cuándo y el cómo.
Porque la muerte sólo recuerdo a aquellos que la olvidan y solo muere el hombre, porque sabe que muere.
He vivido mil años y viviré mil mas, ya que la vida es una sucesión de casualidades, y nada es verdad, solo la muerte existe.
Soy alcohólico, porque he probado de licor de la vida y he vivido con la resaca de la muerte, el vaso en el que bebo es casi nuevo pero en él he mezclado de los más dulces licores así como de los más amargos.
Los miro y me lleno de piedad porque van a morir, y no soy Dios para impedirlo. Les daría un poco de trago de mi vaso, pero no le gustaría a Carón que desperdiciara el agua que brota del río Estigio, por el cual navego para pedirle a Plutón que me permita ser su hermano.
Yo no temo morir, sino morir sin estar iluminado porque soy tan espléndido como una estrella muerte que gira con radar en los vagos cielos vacíos.
He escuchado cantar a Orfeo y me han llamado Narciso siendo yo tan solo cuasimodo. He bebido en ese cielo, ombligo o taberna para la embriaguez de los dioses que fueron condenados a la desesperación.
He hecho mi elección y me ha tocado por destino el fracaso, y mi fin no importa, porque desde el punto de vista de la lucha, no llegar es también el cumplimiento de un destino.
No soy nada pero soy Nadaísta; y estoy salvado.
Fin
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