Con licencia para esperar

Acá el sol no perdona, tampoco el exceso de gente en la calle, a pesar de que los que vivimos en esta ciudad cabríamos en el pestañear de un tuerto. Pero las ganas de hacerse notar inflan la carne, el tono al hablar. Y yo, convulsionando maldiciones, con mis eternas ganas de hacerme invisible, con esa obsesión de no dejarme tocar por los demás, con esa compulsión de limpiar con un pañuelo donde me tocaron. Estoy enloqueciendo, entre mi amor sin respuesta y el no tener claro qué demonios hago aquí. Lalabell habla con calma aún con la carga de su abuelo recién fallecido, aún con las dudas que nunca imaginé escondía entre la planta de su pie y la plantilla del zapato ¿Piedritas? Somos amigos desde el primer año de escuela, y creo que sin más hablábamos de episodios felices de la infancia, la nostalgia sedante de los buenos tiempos. Pero la vida nos ha cambiado un poquito. Me hizo bien saber de sus fantasmas y contarle de los míos, me hizo mejor que abriera mi corazón de bandeja de carnicería y le tatuara que hay una misión por cumplir, que no me moleste en descubrirla porque día a día la cumplo sin percatarme. A partir de ahora nuestras pupilas brillarán diferente cuando nos veamos. Mientras camino hasta la parada del bus me detiene una familia para preguntarme por una calle. Les expliqué lo mejor que pude. ¿Reencuentros? Eso creo. ¿Simplicidad? De eso se trata ¿No? Es posible que mi misión de vida se reduzca a dar una dirección, a lograr un encuentro, a no perder la esperanza por un amor que nunca responderá. No me molestaré en descubrirla porque en la cotidianidad la cumplo sin percatarme. Ni 007.