A LA SOMBRA DE TU ESPALDA
No estás…
Ayer las sombras del salón, me engañaron una vez más; y te vi, solitario, inaccesible, envuelto en el humo de tu cigarro, me di la vuelta para que desaparecieras, para que mis pensamientos no me atraparan en esa cárcel cruel que es aún tu presencia.
Casi puedo verte con esa sonrisa de medio lado pensando que aun soy tuya. Nunca lo entendiste, jamás lo aceptaste, que era libre, pese a los golpes, pese a las malas palabras. Tu posesión, ahí es donde te equivocabas, la palabra correcta era obsesión. Las manos no atan el alma solo pueden acariciarla, los pies no persiguen a nadie tan solo acompañan en el camino, las bocas no gritan e insultan, susurran al oído.
No estás…
A veces aún me miro en el oscuro espejo de los días felices, y te veo reflejado en la inmensidad de mis pupilas, que ahora son extensos abismos donde ni siquiera yo puedo guarecerme. Me destruiste. Si, no con tus golpes ni patadas, sino con ese amor tan tuyo, que me corroía cada día, hasta deshacerme, hasta quedarme sin calma, hasta perderme dentro de mi misma para que tú no pudieras encontrarme.
No tuve opciones, la huida prometida nunca llego. Quise refugiarme en los recuerdos, para olvidar el dolor, para convencerme de que otra vida es posible. Ahí estabas tu, a cada instante, cada segundo, con tu mirada siempre fría, con tu desprecio dibujando mi silueta, tú y siempre tú, presente y ausente, marcando las líneas de mi vida, como una marioneta ajada incapaz de liberarse de las cuerdas.
Aquí me tienes, sentada frente a lo que queda de ti, dedicándote mí ultima mirada, mi último aliento, pensando lo difícil que será quitar tu sangre de la pared.
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