¿Cuánto durará el cuerpo humano? Hace muchas noches que no duermo, nadie me lo impide. No me da la gana, deseo estar despierto y no tengo urgencia a menos que el cansancio del cuerpo reclame lo suyo, jaloneando los párpados, retumbando los muros del cráneo, combando las venas de sangre; al mismo tiempo que escuchó un grito profundo en el vacío interior, diciéndome loco.
Cuentan mis padres que de niño gustaba observar todo lo grotesco, como bosques muertos, perros muertos en estado putrefacto, gente enferma, pálida, agonizante, asidos a la vida por un fino cordel que deseaba ver o entender. Era una persona rara, así cuentan, pero no es verdad. Es raro ver a personas con rostros comprometidos con alguna pasión, ya sea un sentimiento, responsabilidad. Es patético e insoportable observar a la gente que no sabe que se va a morir, para mí, era como si viese quemándose viva a una persona sin que nadie lo percibiera...
Nunca quise trabajar. Vivía como un vago, pidiendo billete a quien sea, primero a mis padres hasta que murieron, luego a mis hermanos y amigos, pero sólo pedía lo necesario para costear un techo y comida. Lo suficiente para respirar, caminar, refugiarme en mis pensamientos, para luego observar lo que siempre gustaba observar y volver a mi casa, satisfecho. Eso hice por mucho tiempo hasta que conocí un hombrecillo singular. Lo extraño era que sólo yo le veía ¿Alucinación? ¿Desdoblaje? Puede ser, pero era real porque hablaba sin parar en un idioma incomprensible, con gestos y miradas que ayudaban a comprender todos sus mensajes. Lo bueno o malo es que decidimos no salir más de la casa, quedándonos dormidos la mayor parte del tiempo, con el propósito de aborrecer el echarnos a dormir. Lo conseguimos con esfuerzo, y desde aquella vez, hemos dejado de dormir y soñar, tal como me aconsejó el hombrecillo que a decir verdades, cada día se parece mas a las sombras que salen por las noches... Una tarde, mientras preparaba algo comer (pues éste no gustaba mas que mandarme como a un esclavo, pero eso no importaba con tal de que todo fuera bonito tal como los sueños que se arrastraban hacia mí como lombrices), mi amigo empezó a llorar, diciendo que se sentía solo y triste. No quise consolarlo, no soy bueno para eso, y desde aquel día no hubo momento en que no se masturbara por todos los rincones de la casa, dejando todo con un olor a huevos podridos. Yo continuaba con mi idea, la de continuar mi desvelo, pero él comenzó a salir a la calle sin decirme una palabra. Una tarde, en el colmo de los colmos, metió a la casa a una mujer, era hermosa pero demasiado grande y voluptuosa. A mi me gustó mucho, pero yo siempre respeto los sentimientos ajenos, y mas si se trata de un amigo... Lo que mas me extrañó fue que desde que vino con ella, hacían el amor en cada rincón de la casa, como puercos. Había veces en que se untaban mantequilla en el cuerpo, vino, crema de chantilly, de todo... y yo era el que cocinaba, era el esclavo. Día a día veía la terrible vida que llevaba. Le aconsejaba que si seguía así, se destruiría, pero no hizo caso. Si vieran sus ojeras, sus uñas crecidas, sus cabellos cayéndoseles como pasto, llegando parecer una momia, un fantasma, pero yo le quería… En cambio, la mujer se veía día a día más bella, hasta el punto de sentirme obsesionado, pero era mi amigo y tenia que abstenerme, y así lo hice.
Aún recuerdo verle tirado en el piso de la sala, desnudo como un perro pelado, con los ojos colgados y dentro de un charco de orina con sangre, respirando con dificultad como si tuviera un gozne oxidado en la garganta. Era terrible aceptarlo pero era su hora, así que le acompañé en su dolor. Fue terrible ver su cuerpecillo convulsionándose como si algo dentro de él quisiera nacer, como un alíen... Sin embargo, le acompañé hasta que su último grito. ¡Mierda!, fue lo que dijo... y murió.
La misma noche lo llevé hasta su cama, quería verle dormir, algo que hacía mucho que yo no hacía. Antes le bañé. Le iba a hacer una inscripción en su cama pero nunca me dijo su nombre. Estuve cuidándole hasta que el olor a podrido empezó a salir de la casa, haciendo que todo los vecinos tocaran la puerta a cada momento, pero sin que yo les abriera. No quería ver a nadie más que al cadáver de mi amigo. Podría haber seguido así sino fuera que los vecinos junto a un grupo de policías rompieron la puerta de la casa. Me sentía tan deprimido que no dije ni hice nada. Los dejé hacer lo que quisieran. Les vi que cargaron el cuerpo, volviéndolo a lavar, aunque su cuerpo era hueso y pellejo a punto de romperse... Les vi que lo colocaron en una caja negra para velarlo. Vi que mis hermanos, amigos y vecinos pasaban por su cuerpo, algunos lloraban otro no, yo no pasé, no sé por qué. Durante todo ese tiempo en que la gente había invadido mi casa yo paraba pegado al féretro, cual perro, y nadie me hacía caso, seguramente me veían tan desolado y triste que callaban... cómo será… Pero allí continué hasta que vi que cuatro personas cargaron el cajón, llevándoselo hacia afuera, dejando la puerta de la casa abierta. Me iba a quedar pero esa luz en la puerta me jaló como una aspiradora. Salí y observé que todo el vecindario lloraba frente al cajón mientras lo colocaban en una carroza. Iba a meterme en la casa pero vi que la puerta la habían clausurado con cadenas y palos en forma de equis. Corrí hacia las ventanas y lo mismo. ¿Y ahora, adónde me meto?, me dije. Estaba perdido o algo peor cuando vi que la carroza empezaba a moverse seguido de una serie de autos mas, que no era negros, pero sí la gente que vestía de luto. No supe qué hacer y fui tras los autos arrastrado por un impulso. Mientras paseábamos por la ciudad vi que toda la gente miraba con pesar la carroza. Pensé que le conocían porque todos se persignaban, cerraban los ojos y dejaban escapar una lágrima.
Estuve tras de la caravana de lamentos hasta llegar al campo santo. Apenas bajaron la caja, lo llevaron hasta dejarlo sobre una mesa en donde un cura empezaba a decir palabras aburridas que todo el gentío escuchaba con lentes ahumados y lágrimas de pesar, todos, todos menos yo que tenía ojos para mi amigo, aunque no le viera. Luego, vi que dos tipos muy grandes y fuertes cargaban el féretro, subiéndolo por una escalera vieja de madera hasta meterlo en un nicho. Lo sellaron, y vi que todos bajaban las cabezas y empezaban a esparcirse como si nunca hubieran venido. Todos se fueron menos yo. Mientras miraba el nicho un sentimiento de liviandad inundó mi alma y todo dolor y cansancio dejó de respirarme, fue muy hermoso. Me iba a ir, pero antes quería despedirme de mi amigo, así que subí las escaleras y besé la lápida. Ya estaba por bajar cuando recordé que jamás me había dicho su nombre. Volví a subir para averiguarlo, y cuando empecé a repetir letra por letra lo que decía en la lápida un dolor en todo mi ser empezó a palpitarme... Tuve que bajar sin terminar de leerlo. Cuando bajé vi que todo el campo santo estaba cerrado. No había nadie, tan solo sombras, mirándome, saludándome como si me conocieran desde antes de nacer. Respondí sus saludos y no sé por qué me sentí a gusto, y aunque nunca me hablaron, me sentí acompañado, como despertado hacia un sueño...
San isidro, julio de 2006
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