-Toma asiento entre las almohadas que voy a contarte una historia-

El pequeño se sentó en los diminutos cojines rellenos de plumas, feliz de oír las palabras de su maestro que comenzaron a rebotar por las paredes del cuarto.

-Noventa y seis años vivieron dos hermanos gemelos antes de que sus cansadas pupilas recibieran la iluminación.
Educados en la filosofía zen, una vez su maestro les dijo que para lograr la vida eterna deberían primero aprender a morir.
Recibieron una educación muy rigurosa, hasta que tiempo después el maestro murió y los hermanos gemelos decidieron apoderarse de la inmortalidad.
Muchos monjes escucharon la idea y la divulgaron por los confines de la tierra, de manera que los gemelos adquirieron fama por la empresa que pretendían.
Durante setenta y siete años se recluyeron en una pequeña cabaña en el borde de una montaña, alimentándose con hierbas, frutas y sin pronunciar palabra alguna, dedicándose únicamente a la meditación y a la mínima satisfacción de sus necesidades fisiológicas.
Poco a poco sus cuerdas bucales se atrofiaron por la falta de uso y enormes sarpullidos poblaron su piel, pero su anhelo era tan grande que nunca pensaron cejar ni por un momento.
El mundo dentro de sus cabezas se hizo infinito y sus pensamientos alcanzaron un nivel de iluminación como ningún otro ser humano, de manera que pocas veces salían de su estado de contemplación.
Innumerables insectos y vegetales habitaban sus cuerpos casi iluminados, hasta que un día los dos abrieron los ojos al mismo tiempo y se dieron cuenta de que lo habían logrado.
Lentamente voltearon a verse y sin decir palabra alguna abandonaron la posición de flor de loto y caminaron hacia el borde de la montaña con una lentitud admirable.
Al llegar al abismo que se abría ante sus pies se voltearon a ver una vez más y con gran solemnidad comenzaron a trenzar sus larguísimos cabellos jamás cortados, los del uno con los del otro. El acto duró siete días con sus noches hasta que finalmente sus cabezas quedaron unidas para morir o vivir la eternidad juntos.
Terminada su unión se lanzaron al abismo con la esperanza de volar o de sobrevivir a la caída gracias a la inmortalidad, pero murieron en el acto al destrozar sus cráneos contra las rocas.
El cielo se pintó de rojo con el atardecer y sus pupilas se dilataron por última vez.

El pequeño niño que escuchaba las palabras de su maestro permaneció un buen rato en silencio y luego el anciano continuó.

- Y es por eso que ahora en lugar de buscar la vida eterna, intentamos aprender a vivir-